miércoles, 30 de diciembre de 2020

Que te vaya bonito

 

Manuel, José, Juan, Rafaela, Mónica, Manuel, Carmen, María. Cuantas cosas quedaron prendidas. Hasta dentro del fondo de mi alma. Cuantas luces dejaste encendidas, Yo no sé... cómo voy a apagarlas.

2020: Al final te has ganado mis respetos:

 

Hiciste saltar las alarmas de los llantos en silencio. Sin abrazo de consuelo, dejaste el luto en carne viva. Corriste todas las cortinas dejando a oscuras las bocas, y tiro porque me toca, frenaste, cruel, nuestra huida.

Regaste el caos sin piedad, en un par de metros cuadrados, y mientras el sofá nos hacía un hueco, atragantaste de aplausos entre pecho y batalla tu sin razón. Convertiste todo en un misterio.

Y con feliz maestría diste portazo a tanta vida Y las noches fueron días y los días desconsuelo, Robando la  libertad abandonándonos a la tristeza, cuando no salían las cuentas que teníamos que pagar.

Yo que te quise tanto, ahora ya no te quiero. Yo que te abrí mis brazos aquel uno a las cero-cero, ahora tendré que recordarte, por maldito y porque no puedo.

No insistas, se acaba el tiempo. No insistas, ¡déjalo ya!

Y por alguna cuestión de suerte, Ojalá  que nos vaya bonito, pero bonito de verdad.

sábado, 26 de diciembre de 2020

CHAT

 

Amigos: no sé si me he metido en un lío o en un romance.

Todo comenzó cuando, hace meses, escribí que no soy apta para  alguien que lleva la palabra “Stop” escrita en su corazón. Él respondió que los poemas de amor o son tristes, o envidiables... ¡Me pilló! Ahora lo soy para su ataque de mí; cuando me lee y confiesa que si me voy antes, debería morir escribiendo. Sabe que jamás escribo si no hay un tú. <<Untipointeresante>>.

–Debería, es una palabra que obliga, una palabra que se rechaza sin contemplaciones, y un sentido que se echa algún momento de más… –dijo desde la primera conversación.

– Y de menos cuando es tarde –añadí–. Debería acercarme y decir lo que siento. Debería poner las llaves siempre en el mismo sitio. Debería haberle partido la cara, no ver las noticias…

–Debería guardar el orgullo mal entendido y entender que cada segundo es la última vez. Debería hacer de todo, probar todo, menos hacerme daño.

La madre que lo parió.

 –Debería seguir haciendo el amor, besar más a menudo, comer con menos ansia, andar sin contar las piedras, seguir haciéndolo donde se me antoje.

 – Deberías volver a amar toda la vida –dijo.

Los segundos se amontonaron. Escribía y borraba. Hasta que le di al Enter.

–Debería volver a anotar momentos inolvidables por si el olvido se acerca.

Desconecté sin despedirme. Al día siguiente leí:

– ¡Qué dramática! Deberías volver a rimar con Amor y con todas mis estupideces, y quedarte un poquito más en ese estado en el que soy realmente yo, justo cuando aún sin llegarte a besar, se me van cerrando los ojos.

¡Esta es la mía! Me dije.

–Pues debería seguir más sola que nunca y seguir siendo ese desastre lleno de tristeza que todos adoran cuando sonríe.  Ese alguien extraño, abrumador,  sin sentido. Ser ese algo distinto del que, menos el amor, casi todos huyen.

Una semana pasó y cada día nos dejábamos una recomendación con su dichoso debería. El juego ha sido imparable, adictivo.

–Debería ser interminable el último beso. Atarlo con una pulsera invisible.

– ¡Noo! El último no– respondí.

– Debería… no sentir.

– ¡Ahí te quería yo ver!

–En serio.

–No. Es triste eso que escribes– respondí.

–No volveré a escribirlo.

– ¿Y a sentirlo?

No respondió hasta esta Nochebuena, que volví a escribir respondiendo a su saludo. Un simple ¡Hola! Desconcertante.

Saqué fuerzas del teclado y segura de mí escribí:

 –Debería  dejar para después de Navidad  todo esto. O para nunca.

–Eso solo lo dice quien no sabe lo puñetera que es la muerte. Yo...

–…

– ¿Tú? ¡Continúa! –le animé. Pero esperó a la noche siguiente para responderme.

–Debería inducirme a tu estado poético hasta que todo se resuelva y dejar de asignar mis canciones favoritas a quien jamás las bailará conmigo. Y…

– ¿Y?

 –”Deberías encontrarme en cualquier lugar, y ya sabes; nada es casualidad” respondió rápidamente.

–Deberíamos qued….

–Sí: mañana llega el trasatlántico –respondió.

– ¿Estás en un trasatlántico? respondí sintiéndome absurda, pensando que sólo le he visto en fotos y que no le conozco de nada.

–Uno debería tener adonde ir cuando no quiere estar en ninguna parte. Ya te contaré. Estoy deseando conocerte – respondió.

– Genial. Hasta mañana.

Le he hecho la autopsia a la jodida metáfora.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Te echo de menos

 

Una mujer como yo, tiene también sus secretos mojados en la almohada. Nunca te he dicho que me da miedo la oscuridad. Siempre me juro no volver a preguntarme ciertas cosas. Como por qué lloras. Una se cansa de la respuesta, No sé. Imagino que eres sensible. Un hombre que me hace sonreír, hablar por los codos, sentarme con las piernas abiertas, y el corazón encogido, beber de la botella, tomar de primero el postre, y para colmo me enterneces, tiene todas las papeletas. Siempre me pregunto qué quieres beber o si quieres besarme o ir conmigo al cine a ver la peor película de la cartelera y pasar la noche juntos, comentando a qué huele el azul de tu mirada. Una se cansa de beber y de tener todas las papeletas para hacerlo sola cuando se le atraganta un beso. Como soy mujer de palabra  volveré a preguntarme si te acuerdas cuando nos conocimos, ¿te acuerdas? Echo de menos mi pelo alborotado,  el aliento en mi cuello, los polvos breves, las caricias largas y todo eso que jamás ha pasado. Echo de menos al amigo al que todo podía contarle. Y no volver a preguntarme cómo es posible que a estas alturas te sigas marchando así. Sin más. Con todas las papeletas para dejarme llorando con la luz apagada.

Cabello de ángel

 

Me lo pusiste a huevo, así que comenzaste tú, Reto de la semana. Estaba moviendo la calabaza y pensé en el destino. Veo caer el azúcar. Ella lo tendrá claro; derretirse y darme un gustazo cuando su destino en el cabello de la trucha termine en mi hocico.

¿Qué será eso que espero del destino? “Mañana será otro día” o el mismo día de mierda. Le doy una vuelta al gato verde, así me recuerda cada diez minutos un destino; la cocina; remover la calabaza para que no se pegue, sobre todo si al azúcar le da por abrazarse al fondo del caldero como si no hubiera mañana. Mi destino es hoy: ootro domingo, otra tarde/noche pensando en mañana: mañana comienzo un curso de inglés porque mi destino es aprender de una buena vez a decir yes, sin morir en el intento. Mañana terminaré el puzle de mierda del barca que me regaló hace tres años mi vigésimo tercer ex. Nuestro destino <<es>> mantenernos al whatsapp para recordarnos alguna vez que seguimos aquí, jodiéndonos al  cada cierto tiempo con un cómo estás, Bien, Como todo el mundo aguantando el chaparrón.

Me falta aire. Mucho. ¿Tendré el virus ese de la tele? Suena el gato. Cinco vidas le quedan, ya verás.

Miro mi ropa, ¿de indigente dicen? Tampoco es para tanto coño, da igual qué me ponga, siempre estoy vestida para la ocasión de vivir y para morir no iré mejor. Es hora de hacer caso al gato verde fatiga que ya suena y remover el cabello de ángel.

Miro la tele, el puzle, la cantidad de polvo que tiene, y recuerdo los polvos que… ¡Calla!

¡Desde luego! Qué me importan cuántos caen si pronto me tocará por destino morir una sola vez, removiendo el caldero, maldiciendo el domingo, pensando en el destino tan incierto, en la cantidad de caminos que me brinda la vida y como toda elección es jodida. Debería de existir un punto de partida y llegada, no volverme loca con tantos caminos. ¿Estaré loca? ¡Ojalá coño! Así no pensaría en el destino.

El chat de Facebook ha sonado, ¿quién será?  Giro el gato con ganas de estrangular a alguien. ¿ Y quién quiere hablar conmigo? ¡Ja! Es domingo y me envían una fotografía de dos zanahorias muy eróticas que de tantos años verlas ya ni me ponen. Estupendo, ahora me siento una vieja verde. Como el gato, de verde claro.

Alguien me pregunta que con quien hablo, yo le digo que siga pensando en el destino mareando la cuchara de madera, en el gato, en su ex y la madre que lo parió, y que me deje en paz, que esta vida es una mierda mientras la mascarilla limite mi vida amarrada de pies y manos por no sé qué destino.

¿Acaso quieres morirte? Muérete de una vez tonta -dice tan como es ella; sonriente, fija, rebuscada y remolida como el cabello azucarado a nada de quemarse que le hace la boca agua. Tan Rosy como nunca. Tan franca que me dan ganas de matarla. Como no tengo ganas de morirme, apago el fuego, pongo la última ficha del puzle y miro al gato con malicia atándole una mascarilla al cuello. Escribo una ja, ja, ja en face (alguien será feliz en domingo) Y respondo falsamente a esa cabrona, como adulta que soy, con los pies en la tierra, a su pregunta de por qué no me muero, ¡Porque no me queda otro remedio. 13/12/2020