Amigos: no sé si me he metido en un lío o en un romance.
Todo comenzó cuando, hace meses, escribí que no soy apta
para alguien que lleva la palabra “Stop”
escrita en su corazón. Él respondió que los poemas de amor o son tristes, o envidiables...
¡Me pilló! Ahora lo soy para su ataque de mí; cuando me lee y confiesa que si
me voy antes, debería morir escribiendo. Sabe que jamás escribo si no hay un tú.
<<Untipointeresante>>.
–Debería, es una palabra que obliga, una palabra que se
rechaza sin contemplaciones, y un sentido que se echa algún momento de más… –dijo
desde la primera conversación.
– Y de menos cuando es tarde –añadí–. Debería acercarme y
decir lo que siento. Debería poner las llaves siempre en el mismo sitio. Debería
haberle partido la cara, no ver las noticias…
–Debería guardar el orgullo mal entendido y entender que
cada segundo es la última vez. Debería hacer de todo, probar todo, menos
hacerme daño.
La madre que lo parió.
–Debería seguir
haciendo el amor, besar más a menudo, comer con menos ansia, andar sin contar
las piedras, seguir haciéndolo donde se me antoje.
– Deberías volver a
amar toda la vida –dijo.
Los segundos se amontonaron. Escribía y borraba. Hasta que
le di al Enter.
–Debería volver a anotar momentos inolvidables por si el
olvido se acerca.
Desconecté sin despedirme. Al día siguiente leí:
– ¡Qué dramática! Deberías volver a rimar con Amor y con
todas mis estupideces, y quedarte un poquito más en ese estado en el que soy
realmente yo, justo cuando aún sin llegarte a besar, se me van cerrando los
ojos.
¡Esta es la mía! Me dije.
–Pues debería seguir más sola que nunca y seguir siendo ese
desastre lleno de tristeza que todos adoran cuando sonríe. Ese alguien extraño, abrumador, sin sentido. Ser ese algo distinto del que,
menos el amor, casi todos huyen.
Una semana pasó y cada día nos dejábamos una recomendación
con su dichoso debería. El juego ha sido imparable, adictivo.
–Debería ser interminable el último beso. Atarlo con una
pulsera invisible.
– ¡Noo! El último no– respondí.
– Debería… no sentir.
– ¡Ahí te quería yo ver!
–En serio.
–No. Es triste eso que escribes– respondí.
–No volveré a escribirlo.
– ¿Y a sentirlo?
No respondió hasta esta Nochebuena, que volví a escribir
respondiendo a su saludo. Un simple ¡Hola! Desconcertante.
Saqué fuerzas del teclado y segura de mí escribí:
–Debería dejar para después de Navidad todo esto. O para nunca.
–Eso solo lo dice quien no sabe lo puñetera que es la muerte.
Yo...
–…
– ¿Tú? ¡Continúa! –le animé. Pero esperó a la noche
siguiente para responderme.
–Debería inducirme a tu estado poético hasta que todo se
resuelva y dejar de asignar mis canciones favoritas a quien jamás las bailará
conmigo. Y…
– ¿Y?
–”Deberías encontrarme
en cualquier lugar, y ya sabes; nada es casualidad” respondió rápidamente.
–Deberíamos qued….
–Sí: mañana llega el trasatlántico –respondió.
– ¿Estás en un trasatlántico? respondí sintiéndome absurda,
pensando que sólo le he visto en fotos y que no le conozco de nada.
–Uno debería tener adonde ir cuando no quiere estar en
ninguna parte. Ya te contaré. Estoy deseando conocerte – respondió.
– Genial. Hasta mañana.
Le he hecho la autopsia a la jodida metáfora.