martes, 26 de noviembre de 2019

SOLA


Habíamos soñado con todos los sitios que visitaríamos cuando tuviéramos trabajo. Y la casita en la orilla del Atlántico.  En lo que fui a por un café con leche a Farray, y volví, ya ella estaba sola. Tan sola.
 Lo tenía decidido. Santiago de los Caballeros sería el sitio ideal: un viernes, y a las seis de la tarde, después de la siesta. El frío de diciembre a veces era una plagiada mentira en Gran Canaria y preferí curar la gripe guardando cama. Bueno… cama; unos cartones situados en la puerta principal de un comercio en el que la poli me deja a mis anchas siempre que me retire antes de que se abran las puertas al público. Durante un mes iría a todos esos sitios de mi isla en los que nunca habíamos estado. Se lo debía. El bono mensual para los parados me proporcionaría el transporte. El bosque de Tirma fue mi primera parada. A la vuelta hice la siesta en el Jardín de corvo. Aquella misma noche noté que las garrapatas se habían apoderado de mis piernas y tuve que ir al Negrín donde, con cara de entre asco y burla, me recetaron un tratamiento para desincrustarlas de mi cuerpo, claro que con qué dinero iba a la farmacia. Lo que me faltaba era morir lleno de bichos que declaran estado de sitio en mi cuerpo antes del día de la fecha. Así que me bañé en Alcaravaneras y con una caja de fósforos las fui quemando una a una observando cómo se consumía la madera. Por el norte visité la plantación de café y anduve por Galdar sin darme cuenta de que la guagua tiene sus horarios y pasé la noche anterior en la playa. El frío que calaba los huesos me hizo pensar que moriría de una pulmonía. Anduve por la orilla resbaladiza a punto de partirme la cabeza porque no podía apartar la vista de aquella casa con la que no contaba, situada justo en el punto donde yo debía caer y esparcir mis restos. La pared, rocosa, que la custodiaba tenía la altura, el color y el aroma en todas las versiones en las que yo conocía a la muerte; su misma sombra apacible. Pero la casa – ¡dios!- la casa era como ella; blanca, tibia, discreta, sin adornos…sola.



jueves, 21 de noviembre de 2019

Una dulce broma de dios


Una dulce broma de dios.
-El padre Joaquín decía: “Hay tres clases de hombres: santos, poetas y héroes.” En esa barca pasábamos el día entero.
Pepe quería ser un héroe y demostrarle a Valentina que se podía ser las tres cosas a la vez, pero solo uno sería visible al mundo, las otras dos serían su secreto.
-Cuando nos separaron me enviaron a un internado al norte, -me contaba camino de Francia durante la guerra civil.
Pepe Garcés comenzó a escribir en el campo de concentración de Argelés con un entusiasmo idílico. -Ahí conocí el mar junto a Pancho y Juncal. Ojalá y ella me hubiera visto cuando terminamos la barca, preparando víveres, pan y canela, buscando abrigo, aunque estaba convencido de que a mí no me hacía falta.
Garcés era el capitán. Nunca mencionó qué papel pintaban Pancho y Juncal, pero los dos le admiraban como el gran líder de su historia en aquella orilla y confiaban en que si se hacían a la mar, el capitán Garcés tendría todo controlado. 
Cuando terminaron la barca tras varios días de un sol de injusticia, Pepe pensó que no valía la pena botarla al mar. -¿Para qué? -se preguntaba. No sabía que esa misma pregunta se haría años más tarde en el campo de concentración.
 -Para qué si ya no vale la pena la lucha, si no quedan héroes, si esta generación está corrupta y no creo que en las siguientes, ni que en la mejor de luchas se consiga restablecer el orden, porque ya no se sabe luchar. El País está corrupto y no te hablo de ladrones ni asesinos, está corrupto porque la ley no es ley para nadie. No hay héroes, ni santos ni poetas, hay “hombres sinsubstancias”



Inspirada en; Crónicas del Alba Ramón J. Sender
No he podido evitar recordar a Pepe y Valentina al ver la foto del Reto. Pepe quería volver por el mar, pero el mar se había marchado de aquel pueblo donde fue feliz hacía mucho tiempo. Siglos. La forma de volver era como un héroe, pero no pudo ser. La inocencia la tenía a flor de piel. No estaba loco. Nunca lo estuvo.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Tenía besos.


A besos, -sí, a besos- miro con nostalgia las carencias. Mucho de lo que hoy tengo no existía. Pero agradezco lo que sí tenía. Tenía besos. Besos y más besos. Colecciono recuerdos aunque hoy se vean en blanco y negro guardados para no olvidar las caras, ni el día ni cuántos éramos entonces.

Bendición, y comenzaba el día con un beso en la mejilla o en la frente. Cada uno respetaba su cometido y el disparo de salida era un beso. Se comenzaba desde temprano con una ilusión inocente que ahora envidio. No era consciente de la importancia de pedir la bendición y que me dieran ese beso, ni de bendecir la mesa porque siempre me sonó a cosas de curas e iglesias y mientras se hacía yo solo pensaba en ir a correr, a tirar piedras al barranco, a empujar las hormigas que subían por mi falda sin importarme si sabrían el camino de regreso. Agradecer lo mucho que tenía era lo que más me repetían. Cualquier queja que tuviera se solucionaba siendo agradecida; “Da gracias incluso a que puedes quejarte. Hay quien no podrá en la vida”.
Hoy miro las fotos del recuerdo y sonrío agradecida. Mi madre siempre decía que quien señalaba con el dedo tenía una mano inútil, que algún día le haría falta para sostenerse, que la mayoría de las cosas se solucionaban con un beso. Antes de ir a dormir también se bendecía. Con el andar del tiempo se fue perdiendo la costumbre de besar con el pretexto de las prisas. Pero las fotos siguen ahí y los besos están en esa fotografía que a ratos abrazo y beso y guardo en su cajita… Puede que por eso se pueda entender mi manera de besar, porque tengo besos que se agolpan en mi boca, y puede que también por eso escriba tanto sobre amor y besos, y todo lo contrario… aunque no se justifica.

lunes, 18 de noviembre de 2019

No.


No me toques la razón que me conozco
no maldigas con falacias de arpía
no me digas que te acicalan la horas
ni amenaces con eso de algún día
No me cuentes las horas secuestradas
no quieras que hable en pasado
no protestes a la puerta de mi ausencia
ni me sueñes siquiera en tu regazo
No me rondes con talentosas baladas
no desperdicies razones inconclusas
no interpretes mi rimas como tuyas
que las razones que regalas son excusas.


REINA DE MI VIDA


En el coche ya chirreaban los tornillos del trasto ese que ponen para que te agarres en las curvas. Me costó soltarlo. Yo iba callada, pero mugiendo como una vaca sintiendo que las contracciones ya no tenían espacios de descanso, maldiciendo a quien dijo que si respiras y te calmas es más llevadero.  Cuando llegamos al hospital eran las seis y media de la tarde. Diez minutos después ya había nacido. No tengo mucho que contar porque diez minutos te dan la vida, o te la pueden quitar. Diez minutos en que hasta yo me quedé asombrada cuando dijeron no empujes, ni se te ocurra, y ella salió sola sin molestar a nadie. Enredada en el cordón como un mariachi y sin resuello creí perderla, pero fueron cosas mías. Todo estaba genial y lo sigue estando. Diez minutos para volver a amar como nunca nadie amó antes. Alexandra; mi amor; Reina de vida: Feliz 22 cumpleaños.

Con ellos.


Ellos no se dan cuenta. No tienen por qué. Recogen todo y por primera vez será sin yo imponérselo. De repente el orden es un caos. Puede que digan que ya volverán a por el resto o que lo tires, o lo regales y  aún así te cabrees porque después de todo, es tu trabajo deshacerte de los trastos que no se llevan. Sin embargo… lo acomodas por la casa, estirando para que parezca que cada objeto, por pequeño que sea, ocupa el enorme vacío que dejan. La muñeca de Sofía, el walkman de Alex, el mapa de Julián… ¿Por qué algo que debería hacerme feliz me duele tanto? Brindo por su partida como brindé, y volveré a brindar, con ellos sus logros, superaciones e incluso tristezas de las que aprendieron. Brindo por mí que lo he logrado coño… por el espacio enorme que tengo para mí solita, por todas las horas que no pasaré buscando una camiseta preferida, peinando  muñecas, haciendo sus deberes, escuchando esa música moderna que me vuelve loca, y ahora pongo bajito para sentirme acompañada. Brindo por el jodido silencio que me gano en recompensa, y el espacio que lleno con la mirada en espera... por si regresan.