lunes, 29 de noviembre de 2021

Me suena

 

¡Un brindis!: ¡Por los amigos del nunca acabar!

 

Me mira; o mira un punto en la lejanía, pero me incomoda. Soltamos las copas al escuchar al resto reclamando la comida a carcajadas.

Vuelve a mirarme.

-No estoy llorando- le digo-. ¿No ves que es la cebolla?

Va a lo suyo.

Refunfuño bajito y ni se entera, No; No es por el leñazo que me acabo de dar con la puerta de la alacena mientras tú me miras. Y sí; estoy bien; aunque ni preguntes., Qué feo eres cuando no me miras!, pienso.

Nada. Está concentrado en la tabla, picando tomates. Mezclándolos con crema de leche me salpica.

¡Al fin resuella!

-Imaginas si te ven así en este momento -dice sonriendo.

-Sí, quedarías genial machote; y yo a saber -respondo lamiendo el goteo y paseando mis dedos por los labios provocándolo. Pero nada-. Vamos que están éstos esperando.

Le miro a la cara. Me suena, y recuerdo que fui tras él  y nos quitamos la ropa. Y nada. Terminamos… bueno… terminamos en un, Aquí no ha pasado nada. Porque sé leer sus silencios y todo lo que sigue tiene que ver con querer de otra forma.

Me uní al grupo como cualquiera de aquel montón de gente, así como por categoría: quien la caga y se disculpa, un sitio donde estar, quien avisa de que tienes tomillo en un diente, una palmada en la espalda, un sonido concreto; un adiós intermitente.