¡Un brindis!: ¡Por los amigos del nunca acabar!
Me mira; o mira un
punto en la lejanía, pero me incomoda. Soltamos las copas al escuchar al resto
reclamando la comida a carcajadas.
Vuelve a mirarme.
-No estoy llorando- le digo-.
¿No ves que es la cebolla?
Va a lo suyo.
Refunfuño bajito y ni
se entera, No; No es por el leñazo que me acabo de dar con la puerta de la
alacena mientras tú me miras. Y sí; estoy bien; aunque ni preguntes., Qué feo
eres cuando no me miras!, pienso.
Nada. Está concentrado en
la tabla, picando tomates. Mezclándolos con crema de leche me salpica.
¡Al fin resuella!
-Imaginas si te ven así
en este momento -dice sonriendo.
-Sí, quedarías genial
machote; y yo a saber -respondo lamiendo el goteo y paseando mis dedos por los
labios provocándolo. Pero nada-. Vamos que están éstos esperando.
Le miro a la cara. Me
suena, y recuerdo que fui tras él y nos quitamos la ropa. Y nada. Terminamos… bueno…
terminamos en un, Aquí no ha pasado nada. Porque sé leer sus silencios y todo
lo que sigue tiene que ver con querer de otra forma.
Me uní al grupo como cualquiera de aquel montón de gente, así como por categoría: quien la caga y se disculpa, un sitio donde estar, quien avisa de que tienes tomillo en un diente, una palmada en la espalda, un sonido concreto; un adiós intermitente.
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