miércoles, 20 de noviembre de 2019

Tenía besos.


A besos, -sí, a besos- miro con nostalgia las carencias. Mucho de lo que hoy tengo no existía. Pero agradezco lo que sí tenía. Tenía besos. Besos y más besos. Colecciono recuerdos aunque hoy se vean en blanco y negro guardados para no olvidar las caras, ni el día ni cuántos éramos entonces.

Bendición, y comenzaba el día con un beso en la mejilla o en la frente. Cada uno respetaba su cometido y el disparo de salida era un beso. Se comenzaba desde temprano con una ilusión inocente que ahora envidio. No era consciente de la importancia de pedir la bendición y que me dieran ese beso, ni de bendecir la mesa porque siempre me sonó a cosas de curas e iglesias y mientras se hacía yo solo pensaba en ir a correr, a tirar piedras al barranco, a empujar las hormigas que subían por mi falda sin importarme si sabrían el camino de regreso. Agradecer lo mucho que tenía era lo que más me repetían. Cualquier queja que tuviera se solucionaba siendo agradecida; “Da gracias incluso a que puedes quejarte. Hay quien no podrá en la vida”.
Hoy miro las fotos del recuerdo y sonrío agradecida. Mi madre siempre decía que quien señalaba con el dedo tenía una mano inútil, que algún día le haría falta para sostenerse, que la mayoría de las cosas se solucionaban con un beso. Antes de ir a dormir también se bendecía. Con el andar del tiempo se fue perdiendo la costumbre de besar con el pretexto de las prisas. Pero las fotos siguen ahí y los besos están en esa fotografía que a ratos abrazo y beso y guardo en su cajita… Puede que por eso se pueda entender mi manera de besar, porque tengo besos que se agolpan en mi boca, y puede que también por eso escriba tanto sobre amor y besos, y todo lo contrario… aunque no se justifica.

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