Pedían mujeres entre los dieciocho y la muerte, para
hacer bulto, sin tatuajes, sin tintes escalofriantes, sin experiencia. No exigían talla, chachy, pero las tuve que dar en los datos, así mi casi metro
ochenta no sería un problema ni el doble ancho de mis caderas sería un estorbo
ni mi calzado talla Olivia la de Popelle sería un impedimento. Algo de alemán e
inglés. Yo añadí a mi lista de cosas por hacer, antes de criar malvas, por
cierto nunca he visto malvas en una tumba, presentarme a un casting. Di mis datos
en la web para la cita, así no haría cola en Santa Catalina y lo anoté en rosa,
mi color despreciado, en la agenda.
Aquella noche no podía dormir -boberías de una- así
que descargué un juego y comencé a darle al botón en mi móvil mientras una
pestañita me decía que tenía un saludo. Un hola de un desconocido que sin más
preguntaba si era chico o chica, mi nombre, de dónde era. Yo, a dos ventanas
abiertas, me hacía un lío del copón jugando y hablando mientras él decía que mi
foto era una pasada. De dónde sacó mi foto, ni idea, claro que yo le di en la
descarga a todo “sí”. La cosa se puso chunga cuando me preguntó cómo era yo. Respondí
pensando en el formulario del casting; sin tatuajes, sin tintes. Comenzó a
picarme la espalda y yo buscaba como podía el punto exacto para pasar mis uñas,
cuando, toqué el sujetador y me di cuenta que no estaba bien abrochado, había
estado todo el día con el sujetador mal puesto- ya sé que no viene a cuento-.
Entonces me envió una foto de un grupo de chicos en una playa diciendo que él
era el de la derecha. Miré la foto y me pareció un tipo de lo más corriente. ¿Qué
se responde ante algo así?: Un día estupendo, qué divertidos se les ve, qué
guapo eres…
-Me alegra conocerte –respondí, a lo que él añadió -
¿Tienes una foto en bikini?
No te ajunto extraño. He perdido el juego, el tiempo
y no, no tengo una foto en bikini, preparada, lita y ya, en mi móvil. -¿Cómo
eres? -insistió. Me fui a dormir. Al día siguiente no hice cola en Santa
Catalina. Cuando me tocó el turno me dijeron que me situara en el punto equis, sobre
dos pies dibujados en el suelo, y que no sonriera para nada y por nada. Dispararon
la foto. De vuelta a casa, en la guagua, comencé a pensar como soy. Que como
soy, que como soy. Normal, soy normal.
Como un café recién hecho que deseas tomar
en plena ola de calor. Soy como un mueble viejo
recién barnizado. Como los tachones de los retratos que me hicieron mis hijos,
en todos los colores, hace tanto de tanto. Hidratada por los mocos y babas de
los niños de mi guardería. Mis piernas están atormentadas por las veces que me
di con el cubo de la limpieza de mi último curro, y no te cuento lo andado. Tengo callos en las puntas de los
dedos por las cuerdas y una uña rota, de cuando limpié los fogones. Un código
de barras tras tres partos. Un corte al depilar mi axila. Una cana en las
pestañas. Cicatrices de las chinas y otras tantas. Finas arrugas en la papada.
Medio sorda, y cotorra como una marea alta en calma. Tan sencilla como la línea
curva, tan oportuna como el último tampax, tan cariñosa como una perra recién
parida…yo qué sé.
No. No me
llamaron para la peli, pero soy quien sigue y la consigue… como una cama que se
hizo con sábanas limpias pero a toda leche.
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