Dirás que tenía cara de pilla o de malas pulgas, pero ese día me sentí traicionada, tan pequeña y soleada, que las sombras de mi vestido de chiquilla aguantaron el llanto vistiendo mi <<ya creceré>>.
Yo era la repetición eterna de la misma historia; el final feliz que siempre estaban esperando.
-¡Calla niña estúpida! -fue el primer dictado- ¿Me quieres decir de dónde sacas lo que sacas? -Eso me dolió. Como lo hizo cada bautizo durante mi adiestramiento: Guapa, Niña, Débil, Mujer, ¡No lo sientas!, Lo siento, ¿Cuándo entenderás que viniste a crecer con fundamento porque yo lo digo?, Y baja tu vestido mientras juegas a que juegas a mi juego, o te reviento…
No tenía nada que hacer contra ti. ¡O sí!
Ese día afilé mi única arma muy escueta. Preparé mi entrenamiento y escondí mi libreta, donde jamás una goma dictara mi forma de ser. Y es cierto si te digo que miento porque pensé en vengarme, pero no estaba dispuesta a ser el corazón de un poeta que acude a su propio entierro.
Y crecí lo que crecí. Ahora métete con alguien de tu tamaño.
Así que háganse un favor y aléjense, si no tienen intención de conocerme. Que yo sigo siendo yo cada vez que sueltan a la luna, porque a mí los poemas jamás me han traicionado.
Y a esas personas que han venido a mi vida para recordarme que venimos al mundo a llorar, ahogando el grito, les digo:
Soy – no les quepa duda- desde ese día, mal ejemplo y buena compañía.
Ahora di “¡Calla!” cuando menos lo espere, o te venga en gana, que saco punta cuando a mi risa le queda pequeña tu talla, afilando la repetición de la misma historia. Escribiendo hasta reducirla como a la madera la carcoma, cada luna, -y mira que hay lunas-, el final feliz jamás escrito que conservo en la memoria.
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