Qué ignorante creer que soy distinta si la premisa
es que somos iguales (¿probable, posible?)
Cuando me partí la sesera contra la puerta grande me
dije: bienvenida al mundo real, hemos llegado por fin a este extraño planeta
que no toma en cuenta la cantidad de atardeceres y trata como enemigo al amor y
todo lo demás como al mejor de los placeres.
Tampoco es para tanto (ahondo en la herida) será
cuestión de suerte si mis ojos no andan con tantas ganas de verte.
Tampoco es tan tonto (supongo), Windows más o
ventana menos, pensar que mandar a la humanidad a la porra por falta de tacto sea
lo más sensato.
Es increíble que aun los pájaros me sigan mirando
como si no me conocieran o que los perros pretendan una amistad (pienso ahora)
y que ser “humano” siga siendo un halago o la excusa perfecta para eximirnos de
una carga.
Estoy convencida (cotorra de mí) de que escribiendo
me desnudo con mis mejores galas (aunque esté pasada de moda) y el alma se me
sigue consumiendo en un ingrato pis pas.
Y puede, puede, puede, que algún día, después de
tantas metas, resoplando una sonrisa, algún desconocido dolido me llame, como
quien no quiere la cosa, al fin Casualidad.
Y así con la derrota entre mis manos culpando a este
planeta por crear cosas maravillosas (el más certero motivo) mis letras resuciten
de un campo malva por la puerta de atrás y el viaje mereciera la pena del Todo.
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