sábado, 18 de junio de 2022

Cosas de la guagua

 Misma guagua, misma hora. Se le da bien fruncir el ceño para no llorar. Hoy me he atrevido a preguntarle si Almudena Grandes es para tanto, Joder, fantástica, como un orgasmo, mujer.

No esperaba eso último y he tenido que sonreír. Sus ojos llorosos pasaban de mí, pero me dijo que trabajaba en el Corte y que ya me había visto porque siempre mira hacia el mercado a su paso, ¿Buscas a alguien? Le pregunté, Sí, pero no importa.
Continúa leyendo y le ofrezco un caramelo. Sin mirarme lo toma, lo desenvuelve y sigue leyendo. Le lanzo un suspiro al cristal de emergencias de la guagua.
-¿Qué has comprado? –Pregunta de repente pendiente de Almudena.
- ¿Pero a ti qué…?- Levanta una ceja- Plátanos de La Palma.
- ¿Ya lo eran; no, mujer?
-No. No todos. Hay otras islas ¿no? –Respondo indecisa- ¿Y esa persona que buscas; es una mujer?
-Sí.
Es tan escueto que ya me voy rindiendo. Son semanas y nada de nada. Creo que a partir de mañana me sentaré en el gallinero.
-¿Dónde has estado estos días, mujer? ¡No te he visto!
-Estaba pachucha. El Omicrón ese de las narices. Pero ya bien.
-Me alegro, mujer.
Pasa otra página y lanza un suspiro frunciendo nuevamente el ceño. Sé lo que eso significa.
De repente se arranca.
-¿Te apetece un café, mujer?
-¿Un?
-Café: un fruto rojizo que se tuesta y…
-Sí, sí, ya. Ya sé. ¿Y qué pasa con la mujer; no se mosqueará?
-¿Mujer? ¡Ah! Al contrario, se pondrá muy contenta si se entera. Siempre me dice antes de salir a vender ciegos que debería buscar una buena mujer. Que ella no me durará toda la vida.
-Interesante –respondo aliviada- ¿Mejor un té? Siempre pasan cosas interesantes cuando te invitan a un té.
-O cuando viajas solo en una guagua y una desconocida saca una caja de caramelos que saben fatal y te ofrece uno cada día. Hola desconocida: me llamo Andrés. Dame eso. Es nuestra parada.
-¡¿Que saben…?! (¡Coño!)
Al bajar se detuvo en seco, con mis bolsas del mercado entre sus dedos, y disparó una mirada a mis ojos.
-¿Qué pasa? –Pregunté.
-Nada.
-¿Nada? -Miré con urgencia mi ropa por si tenía una mancha o algo raro encima.
-Bueno sí; que te besaría.





Un cuento

 Érase otra vez que, para no variar, me sentía triste, y volvió a taparse los ojos a mi paso.

-Bonitos cestos. Bonitos colores –me atreví a decirle. Pero no respondió. Enfadada, guardando la compostura pregunté:
-¿Por qué se tapa la cara siempre que me acerco a su puesto?
-Llevo años haciéndolo.
-Sí. Ya… ¿Haciendo qué?
-Jugar al escondite. Aunque ya estoy cansada de que me encuentre.
-¿Jugar con quién, conmigo?
-Con lo que llevas a tu lado. Creo que hace trampitas.
Miré rápidamente sobresaltada. No vi nada. Ni una sombra.
-No hay nada, anciana.
-¿Estás segura? Abre bien los ojos querida – dijo mientras se quitaba las manos de la cara y sonreía a tres dientes y medio.-Tus ojos me suenan.
-No entiendo, ¿con quién juega?
-Con la Felicidad.

Querido:

 Querido:

Me ha sucedió algo muy extraño. Al final tendrás razón con eso de que estoy loca. Que no es desprecio o desdén cuando me dices que sin ti no soy nada. Sé que me adviertes de que te llame sólo si es necesario, porque te aburro sobremanera, así que no te llamé, como siempre. Pensé marcar el número de urgencias, hice hasta un ensayo para no tartamudear, y no, no tartamudeaba para nada, pero cómo explicarles…
En realidad me dolía cada golpe. Así que me miré en el espejo para ponerme algo de hielo. Créeme, no sé si podré olvidar mi cara de ese momento algún día. Cuál fue mi asombro que también vi unas protuberancias a cada lado de mi espalda, y tuve que aflojarme el sujetador porque de repente me apretaba. Tras zafarlo, de cada uno de aquellos extraños bultos, comenzaron a salir plumitas, con el odio que les tienes tú.
Aquello comenzó a crecer. No te digo cuánto porque será cierto que tiendo a exagerar las cosas, como siempre.
Las plumitas no eran especialmente bonitas ni de un color definido, sé que no tengo valor ni sentido alguno, y mucho menos lo iba a tener algo así, viniendo de mí, ¡acabáramos!, pero me costaba controlarlas. Por eso se ha roto el tv, el cenicero con mi foto, el portátil, el Wifi, el vaso que te regalé el día de los enamorados, el que dice te quiero…Torpe como siempre.
Luego tomé tu mechero, pero no alcanzaba a quemarlas. Lo único que se me ocurrió fue coger, lo que tenía más a mano, la foto de nuestra boda, hacerla un canuto y utilizarla de antorcha, también se ha quemado toda tu colección de sellos, la cama y parte de la estantería de libros sobre culturismo y defensa personal. Bueno: en realidad toda, con lo mucho que te gustaba leer esos temas. Pero nada, no sé ingeniármelas sin ti, como siempre.
Desesperada pensé en salir a la calle para que alguien me viera. Busqué rápidamente un vestido, no iba a salir por el sendero de aquella manera, pero ya las plumas eran enormes y no había forma alguna de que me entrara.
Comprenderás que es imposible vestirse como siempre, cuando se tiene atrás tanto peso como el de un par de alas.
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Ada Robayna, Maite Lacave y 72 personas más
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Una Madre

 Apuñalan a una mujer durante la madrugada. Todo apunta a un robo.

Roberto, a pesar de tiempo transcurrido, no ha conseguido borrar las manchas de sangre. No deja de pensar en su madre y en que ayer fue su aniversario.
El periódico de hoy le desquicia.
-¡Qué mierda de titular! Una mujer dice. Una mujer no, una madre. Una madre que salió de la farmacia de guardia, que no llevaba dinero y no mintió al decirlo, mientras forcejeaba con el bolso para sacar la medicina antes de entregarlo a su asesino de sus propias manos. Unas manos blancas, llenas de surcos y de callos cansados. Una mirada dulce que suplicaba dejarla ir donde su hijo porque tenía fiebre. Una que mantendría su palabra de no denunciar lo ocurrido. Y como todas las madres, cumpliría. ¡Una madre coño! De esas que se aflojan el pañuelo del cuello y se ponen el delantal desde que entran a la casa. Esa madre que anoche se aflojó el pañuelo con el que intenté taponar la herida, Dile a mi hijo.
Pero ya se iba. Se iba a casa con la mía, adonde no se me permite entrar por mucho que arrepentido quiera devolver el bolso y sacarle la navaja. Porque, cuando matas a una madre, aunque sea sin querer y acabes entre rejas, quieres volver a casa, pero el diablo no te deja.




RANIA

 Le he puesto un "hasta aquí" Me escoro en su brazo mientras teclea y dice que le fastidio los atajos. Levanto mi hocico y promete jugar más tarde si le devuelvo el enredo de no sé qué ratón. Entonces le traigo la pelota, mi galleta, ¡mi mantita!, el trozo del bocata que escondí, el que compartimos anoche mientras leía una y otra vez el mismo libro que la hace llorar. Y quiero consolarla, pero nada. Mi hasta aquí no parece funcionar en las tardes, y después de nueve meses con ella sigo sin saber por qué salimos de madrugada ni qué cuernos es un atajo.




Rescate

 En realidad yo no era nadie. Temblaba arrimada en aquella estantería escuchando que ya tendríamos que estar en el sótano. No nos dio tiempo. El más antiguo, que había sufrido demasiadas heridas en otras guerras y un trasplante de pergamino a papel, susurró que estaba listo. Algunos rezaban todo lo que sabían mientras otros tantos calculaban en qué momento exacto iba a suceder. Los ubicados dos estantes a su derecha cuchicheaban que ya lo habían advertido, Escrito está. La historia tenía claro que habían muchas páginas aun por escribir. La poesía se quedó sin palabras al observar a los de la entrada a la izquierda, Espirar, exhalar, ¡Repetimooos!

Luego todo fue un caos, porque salí despedida intentando cerrar mis páginas abiertas tras el impacto, creyendo ver a los más pequeños abrazarse al colorín que estaba más colorado que nunca y a un lápiz tan asustado que se partió en dos. La tinta lloraba.
Nadie volvería a saber de mí ni de mi autora. Las dos moriríamos sin saber el por qué. Quizá quemadas, quizá en ese instante…
Entonces me tomó entre sus brazos, abrió mi tapa y me hizo el boca a boca.




Me han robado un beso

 

Me han robado un beso: tenía una copia en mi boca, en mi corazón y en mi alma. Tenía copia en  mis últimos treinta poemas, en mis sueños y en mis esperanzas acabadas. Y es que dio un beso al frente y el puzle no encajaba.

Yo bebo, fumo, lloro, mucho, muchísimo y para colmo de males escribo, Y sí, Llámame malcriada.

Pero él continuaba anclado a mi boca como si fuera un oasis o tuviera hambre atrasada.

 Pensé en que la muerte lleva tiempo pisándome los talones. Que hoy la primavera se llama verano y el frío invierno reta al otoño y no condiciona a una poeta.

Entonces me apretó con fuerza. Le puse una mano en el pecho en sentido contrario. Así, como ladeando la cabeza. ¿Y si era el paraíso y no el infierno que esperaba? Quizá un espejismo. ¡Total, ya qué estaba!

Será que me siento sola  y desconcertada porque han llegado a la conclusión en Internet de que Amar es como un plan malvado que intenta jodernos la vida.

Pero él seguía y yo no me dejaba cuando sus manos hacían la desescalada y yo las devolvía a sus orillas porque no sentía nada de nada. Bueno sí, que me habían robado un beso y me sentía desconsolada, como cuando se me perdió mi madre o él dijo hace treinta poemas que no me amaba.

Incliné la cabeza un poco más a la izquierda y suspiré aquel beso que se me alarga. Y mi mano cerró el puño con las uñas clavadas.

Pienso en eso de ser senil porque no hay otra forma de perdonar  y en que estoy condenada a escribir todo lo que me viene a la cabeza.

Entonces recuerdo lo que era Amar; aquella ventana que ni a pedradas rompía una puerta, y siento que  quiere taparme la boca un cuerpo ajeno y que para eso estoy contraindicada.

Y es que yo ¡por el amor de Dios! yo  creo en el Amor verdadero, en el multiverso, en los Reyes Magos, en los milagros, en el curasana, en el “Ya quedamos si eso”.

Entonces le digo, No puedo, Al menos por ahora.

Y llora como un niño, y la culpa deja pasar al consuelo diciéndome duras palabras, Hay otro, Lo sé, Se te nota en la mirada.