Érase otra vez que, para no variar, me sentía triste, y volvió a taparse los ojos a mi paso.
-Bonitos cestos. Bonitos colores –me atreví a decirle. Pero no respondió. Enfadada, guardando la compostura pregunté:
-¿Por qué se tapa la cara siempre que me acerco a su puesto?
-Llevo años haciéndolo.
-Sí. Ya… ¿Haciendo qué?
-Jugar al escondite. Aunque ya estoy cansada de que me encuentre.
-¿Jugar con quién, conmigo?
-Con lo que llevas a tu lado. Creo que hace trampitas.
Miré rápidamente sobresaltada. No vi nada. Ni una sombra.
-No hay nada, anciana.
-¿Estás segura? Abre bien los ojos querida – dijo mientras se quitaba las manos de la cara y sonreía a tres dientes y medio.-Tus ojos me suenan.
-No entiendo, ¿con quién juega?
-Con la Felicidad.
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