Mira que me lo advirtieron. Anduve tras sus pasos. Le busqué
en las calles y en sitios malditos. Creí tenerle a mis pies, pero andaba en
busca de sumar otra, a su larga lista de estúpidas. Bastó un te quiero para que
me rindiera. Cada gesto, cada suspiro, eran anotados a fuego en mi pecho, recorrían
mi carne, mi sangre, sin darme cuenta de la burla entre sus piernas. Dibujé corazones
en mis sábanas de un hilo cualquiera y
como una cualquiera me sentí en cada despedida de excusas tramadas. Mira que
me lo advirtieron. ¡Maldito caso! Busqué una salida, barrida por la tristeza, a esa telaraña en
la que estaba atrapada: Su piel; cementerio de desamores. Sus ojos; falsos
epitafios que con lástima leímos todas. Su boca; veneno sin antídoto en la mía
cerrada, abierta a su lengua sin defensa.
Entonces asesiné mi sutileza, la calidez de las caricias, los besos hasta
hinchar los labios, los orgasmos hasta mojar la cama y me concedí el premio a
la mejor actriz. Ya no busco unas manos que me sostengan, ni un amor que me
tenga entusiasmada. Parpadeo, se alejan
y les tiembla la voz y lo entiendo, ¡claro que lo entiendo! Porque he aprendido a
jugar sucio para que nadie olvide que soy de carne, pero también de hueso.
Ayer me lo decía una persona a la que quiero un montón: Tenía que haber sido más mala en la vida. Y es que le han pagado de tal manera ...!
ResponderEliminarEsas "buenas intenciones" no son tan fáciles de cumplir por mucho que lo intentes. Creo que se nace, no se hace.
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