Saltó a tierra tras
degollar a la tripulación. El segundo de abordo fue en morir el primero. Al
contramaestre lo dejó para el último. Las huellas que iba dejando por la arena permanecieron hasta subir la marea, borrando
el rastro de su pie y el arrastre de la pata de palo. No había nadie. Una bandera azul deshilachada otorgada
en 2017, le sirvió para arroparse. El barco holandés con bandera negra quedó a la espera. El mapa marcaba una equis
señalando la Montaña de Ajódar. Ahí tenía que dejarlo y desaparecer sin hacer
preguntas. Durmió en la playa y antes del amanecer emprendió el camino para
cumplir su cometido. En la falda de la montaña abrió un hueco en el suelo,
enterró un cofre, escupió con rabia, sacó de su faja un cuchillo ensangrentado,
cortó un mechón de su pelo y lo quemó todo junto con el mapa. Cubrió el hueco.
Desandando el camino regresó a la playa. Se desnudó y se lanzó al mar perdiendo
la pata de palo, suspirando por el contramaestre. Ahí en las profundidades la
esperaban sus hermanas Custodias de aquel sitio, al que ella ltodavía
llamaba “Santiago de los Caballeros”.
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