Me faltaba ortografía. Me
sobraban ilusiones, fantasías de príncipes, zapatos de tacón rosa, mariposas, y
corazones en las íes, boca sabor caramelo, fragilidad… Ya se encargó la
educación, prosa de la época, los tabúes y los principios del obispo matriarcal, de dibujarlos a fuego en mi ombligo, frenando mi planetario mundo en nombre de
dios <creo que le llamaban>.
Dijo que lo pedí a gritos como un pingüino que
llama a su pareja en un lamento buscando un para siempre, mientras me tapaba la
boca y el miedo se helaba junto a mi niñez. A mí, se me quedó grabado cada
segundo en mis seis sentidos, como una nebulosa asfixiante, cruel... asonante y
casi sorda que, se destrozó con mi quejido cuando atravesó mis bragas. Aquel
día se adueñaron de mí las normas, las mías, los contextos, los míos; <Alto voltaje.
Cuidado con la perra. Riesgo indeterminado. Peligro de incendio> y aunque
las indirectas son las mismas, las palabras se visten de formalidades y mi
piel, y mis letras, de durezas y secretos confesables.
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