Yo escribía para ti y era como echar alcohol en mis heridas.
Solo querías mi amistad y tenía que quedar claro. Más claro que en mi poesía
que por contraposición y viceversa, se entiende a conveniencia de cualquier
corazón. No era un castigo por
marcharme. Era la vida. No podía ser de otra forma. El juego consistía en;
pierde quien se enamora antes… y casi me acostumbré a perder polvo a polvo.
“Si no soy yo, será otro” dijiste al despedirnos y a mi vuelta, exhalé a quien
perdí y nunca tuve, sin un atisbo de resignación. No dejaste que me fuera lejos
como yo quería y me alejaste lo
suficiente para que me quedara. Así me convertí en esa otra que te espera…
siempre un minuto más tarde. Cerraste todos los caminos y dejaste una senda que
atravesé, sola; esperanzada a la ida y sola; dolorida a la vuelta. Te quedaste
lejos, tan lejos que todo se quebró frío y con sabor a poco. Tan poco que ni este corazón pequeñito se llenaba; ni tú te
decidías teniéndolo claro ni yo quedaba satisfecha tras decidirme. Cualquier
indicio de volver al lugar del que partimos lo desechabas con eso de “Tranquila
chiquilla mía. Si no soy yo será otro”, entornando tus labios para volver a
nombrarla y recordarme que ya lo habíamos pactado y eso es lo que había…
Hace unos días comencé a escribir para otro, y vas y me
dices, que los castigos no son siempre merecidos, que me gusta echar alcohol en
tus heridas. -Tranquilo chiquillo mío. Si no eres tú “es” otro. Así que déjame
mostrarte mi imperiosa gratitud y decirte que la contraposición y el viceversa,
no solo funcionan en poesía.
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