miércoles, 4 de julio de 2018

¡La pido!



Cuando yo era chica, las guerras eran con un tirachinas de circunstancias y una pistola de mixtos, si es que quedaba viva tras ciertas contiendas después de reyes. Las balas: piedras o semillas, de cerezas, albaricoques, etc. de la fruta de la merienda, que por cierto, solo la fruta del verano se vendía en verano; deseabas el melón y la sandía durante todo el año. Si sobraban mixtos los hacíamos explotar con una piedra… si no, “¡paño, paño!” era el sonido de nuestras municiones. La bandera blanca era un trapo y si no teníamos nada gritábamos “¡La pido!” El de la caja de fósforos era el capitán y el primero en elegir soldados. Yo siempre era indio o caco, aunque no recuerdo quien ganaba porque alguien siempre gritaba “Libre para todos los compañeros”, ya se encargaba mi hermano el mayor, con solo una mirada, que así fuera cuando nos dividíamos en dos grupos; los de El Álamo y los de Miraflor, mientras tocaba su guitarra a lo lejos cantando: “Aprendimos a quererte, desde la histórica altura…” 
El cuarto de mi hermano estaba totalmente prohibido. Cuando mamá me enviaba los sábados a por sus sábanas yo me paraba en seco a la entrada de su cuarto por si aún no se había marchado. Desde la puerta se veía el tocadiscos, la enciclopedia, la cadena del retrete a medio arreglar, de la que hizo dos pulseras, una caja con la imagen del Che, una foto de Pelé en la pared y una a medio tapar, tras la puerta, que creo que era de Victoria Abril.
Un verano mamá me explicó que ya no podía volver a jugar como antes por no sé qué cosas de las mujeres. Estuve tres días sin salir a jugar hasta que la cosa de las mujeres desapareció y ya pude bajar, a la calle, con un vaso de plástico con agua y jabón, Detespum, y me puse a hacer pompitas. Durante aquellos días, recluida, en casa había leído el último libro que trajo papá, de sus viajes donde los nipones, “Veinte mil leguas de viaje submarino” y me dio por imaginar que aquellas pompas, burbujas, podían crear una historia donde alguien viviera pensando que el mundo, su mundo, tenía los límites de una pompa de jabón, pero como tal podía moverse adonde quisiera, viajar por el aire, por el fondo marino. Cuantas más pompas hacía más ilusionada imaginaba el mundo. Cada mundo podía saludarse, visitarte en unión de las pompas y volver a su estado inicial. Si alguna rozaba el suelo yo hacía lo imposible soplando como si no hubiera mañana para que no se estrellase contra el suelo. Muchas explotaron antes de nacer, otras volaron al infinito. 
Hoy quisiera que las balas sean frutas. Que el que juegue con fuego se mee en los pantalones.
Que sobren los mixtos. Que se rompan las armas el día de Reyes. Que no calle el cantor y que con una mirada se solucionen las injusticias. Que alguien grite “Libre para todos los compañeros”, y queden libres. Hacer pulseras con todas las cadenas. Y soplar… soplar para que nada se estrelle contra este suelo, y quisiera decir: ¡La pido!
<< Por el amor de Dios… La pido>>.





RETO Nº: 26 
Un cuento animado del fondo del mar, un cuenco de cerezas y una caja con la imagen del Ché,

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