jueves, 19 de julio de 2018

PRESENCIA




La primera vez que le vi fue el día que decidí saltar. ¡Llevaba tanto esperando! Me atormentaban las noches a solas. Las pasaba leyendo, esperando un amanecer que nunca llegaba. Escuchaba pasos cada vez que cerraba los ojos y eso me angustiaba más. Recorría la casa camino de la cocina haciendo una pausa para observar detenidamente que los pájaros dormían acurrucados en sus jaulas. Tomaba un vaso de agua y otra pastilla, paseaba el fresco cristal por el cuello y la cara, cerrando los ojos. Respiraba, pero volvían los pasos cada vez más fuertes, más cerca. Al volver a la cama me daba miedo acostarme, porque la última vez se acostó a mi lado y le sentí arroparme mientras yo me quedaba paralizada sintiendo en mi oído su respiración y su cuerpo aplastando el mío contra la almohada. Nuevamente no podía respirar. Abrí un libro al azar y leí: <entonces quemaron sus naves y se adentraron en tierras desconocidas> Fue la primera vez que le escuché. Como he dicho antes, la primera vez que le vi fue el día que decidí saltar, pero él me tendió su mano y al fin pude ver el amanecer. Desde entonces ni los pájaros notan  mi presencia.

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