La primera vez que le vi fue el día que decidí saltar. ¡Llevaba
tanto esperando! Me atormentaban las noches a solas. Las pasaba leyendo, esperando un amanecer que nunca llegaba. Escuchaba pasos cada vez que cerraba
los ojos y eso me angustiaba más. Recorría la casa camino de la cocina haciendo
una pausa para observar detenidamente que los pájaros dormían acurrucados en
sus jaulas. Tomaba un vaso de agua y otra pastilla, paseaba el fresco cristal
por el cuello y la cara, cerrando los ojos. Respiraba, pero volvían los pasos
cada vez más fuertes, más cerca. Al volver a la cama me daba miedo acostarme,
porque la última vez se acostó a mi lado y le sentí arroparme mientras yo me
quedaba paralizada sintiendo en mi oído su respiración y su cuerpo aplastando
el mío contra la almohada. Nuevamente no podía respirar. Abrí un libro al azar
y leí: <entonces quemaron sus naves y se adentraron en tierras
desconocidas> Fue la primera vez que le escuché. Como he dicho antes, la
primera vez que le vi fue el día que decidí saltar, pero él me tendió su mano y
al fin pude ver el amanecer. Desde entonces ni los pájaros notan mi presencia.
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