miércoles, 6 de julio de 2022

.La diferencia

 Reconoceré, quiera o no quiera, que casi todas las lágrimas que he derramado han sido sin querer.

Tengo la impresión de que la fotografía aún huele a talco, al asesinato de la inocencia, al añil de mamá, a todos los besos que vinieron después del primer disparo en la boca. A todos los ensayos en bocas ajenas, en sábanas de algodón, o en algún lugar oscuro de una curva en cualquier acera, buscando en otra boca algo parecido al amor.
Él se inauguró como hombre, ¿y yo?, como todas nosotras, soy la tiza marcada en el suelo; como cualquiera.
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Te besaría

 Misma guagua, misma hora. Se le da bien fruncir el ceño para no llorar. Hoy me he atrevido a preguntarle si Almudena Grandes es para tanto, Joder, fantástica, como un orgasmo, mujer.

No esperaba eso último y he tenido que sonreír. Sus ojos llorosos pasaban de mí, pero me dijo que trabajaba en el Corte y que ya me había visto porque siempre mira hacia el mercado a su paso, ¿Buscas a alguien? Le pregunté, Sí, pero no importa.
Continúa leyendo y le ofrezco un caramelo. Sin mirarme lo toma, lo desenvuelve y sigue leyendo. Le lanzo un suspiro al cristal de emergencias de la guagua.
-¿Qué has comprado? –Pregunta de repente pendiente de Almudena.
- ¿Pero a ti qué…?- Levanta una ceja- Plátanos de La Palma.
- ¿Ya lo eran; no, mujer?
-No. No todos. Hay otras islas ¿no? –Respondo indecisa- ¿Y esa persona que buscas; es una mujer?
-Sí.
Es tan escueto que ya me voy rindiendo. Son semanas y nada de nada. Creo que a partir de mañana me sentaré en el gallinero.
-¿Dónde has estado estos días, mujer? ¡No te he visto!
-Estaba pachucha. El Omicrón ese de las narices. Pero ya bien.
-Me alegro, mujer.
Pasa otra página y lanza un suspiro frunciendo nuevamente el ceño. Sé lo que eso significa.
De repente se arranca.
-¿Te apetece un café, mujer?
-¿Un?
-Café: un fruto rojizo que se tuesta y…
-Sí, sí, ya. Ya sé. ¿Y qué pasa con la mujer; no se mosqueará?
-¿Mujer? ¡Ah! Al contrario, se pondrá muy contenta si se entera. Siempre me dice antes de salir a vender ciegos que debería buscar una buena mujer. Que ella no me durará toda la vida.
-Interesante –respondo aliviada- ¿Mejor un té? Siempre pasan cosas interesantes cuando te invitan a un té.
-O cuando viajas solo en una guagua y una desconocida saca una caja de caramelos que saben fatal y te ofrece uno cada día. Hola desconocida: me llamo Andrés. Dame eso. Es nuestra parada.
-¡¿Que saben…?! (¡Coño!)
Al bajar se detuvo en seco, con mis bolsas del mercado entre sus dedos, y disparó una mirada a mis ojos.
-¿Qué pasa? –Pregunté.
-Nada.
-¿Nada? -Miré con urgencia mi ropa por si tenía una mancha o algo raro encima.
-Bueno sí; que te besaría.
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Érase otra vez

 Érase otra vez que, para no variar, me sentía triste, y volvió a taparse los ojos a mi paso.

-Bonitos cestos. Bonitos colores –me atreví a decirle. Pero no respondió. Enfadada, guardando la compostura pregunté:
-¿Por qué se tapa la cara siempre que me acerco a su puesto?
-Llevo años haciéndolo.
-Sí. Ya… ¿Haciendo qué?
-Jugar al escondite. Aunque ya estoy cansada de que me encuentre.
-¿Jugar con quién, conmigo?
-Con lo que llevas a tu lado. Creo que hace trampitas.
Miré rápidamente sobresaltada. No vi nada. Ni una sombra.
-No hay nada, anciana.
-¿Estás segura? Abre bien los ojos querida – dijo mientras se quitaba las manos de la cara y sonreía a tres dientes y medio.-Tus ojos me suenan.
-No entiendo, ¿con quién juega?
-Con la Felicidad.

Querido:

 Querido:

Me ha sucedió algo muy extraño. Al final tendrás razón con eso de que estoy loca. Que no es desprecio o desdén cuando me dices que sin ti no soy nada. Sé que me adviertes de que te llame sólo si es necesario, porque te aburro sobremanera, así que no te llamé, como siempre. Pensé marcar el número de urgencias, hice hasta un ensayo para no tartamudear, y no, no tartamudeaba para nada, pero cómo explicarles…
En realidad me dolía cada golpe. Así que me miré en el espejo para ponerme algo de hielo. Créeme, no sé si podré olvidar mi cara de ese momento algún día. Cuál fue mi asombro que también vi unas protuberancias a cada lado de mi espalda, y tuve que aflojarme el sujetador porque de repente me apretaba. Tras zafarlo, de cada uno de aquellos extraños bultos, comenzaron a salir plumitas, con el odio que les tienes tú.
Aquello comenzó a crecer. No te digo cuánto porque será cierto que tiendo a exagerar las cosas, como siempre.
Las plumitas no eran especialmente bonitas ni de un color definido, sé que no tengo valor ni sentido alguno, y mucho menos lo iba a tener algo así, viniendo de mí, ¡acabáramos!, pero me costaba controlarlas. Por eso se ha roto el tv, el cenicero con mi foto, el portátil, el Wifi, el vaso que te regalé el día de los enamorados, el que dice te quiero…Torpe como siempre.
Luego tomé tu mechero, pero no alcanzaba a quemarlas. Lo único que se me ocurrió fue coger, lo que tenía más a mano, la foto de nuestra boda, hacerla un canuto y utilizarla de antorcha, también se ha quemado toda tu colección de sellos, la cama y parte de la estantería de libros sobre culturismo y defensa personal. Bueno: en realidad toda, con lo mucho que te gustaba leer esos temas. Pero nada, no sé ingeniármelas sin ti, como siempre.
Desesperada pensé en salir a la calle para que alguien me viera. Busqué rápidamente un vestido, no iba a salir por el sendero de aquella manera, pero ya las plumas eran enormes y no había forma alguna de que me entrara.
Comprenderás que es imposible vestirse como siempre, cuando se tiene atrás tanto peso como el de un par de alas.

sábado, 18 de junio de 2022

¡Qué bobita!

 Con el calor que hace y yo aquí apagando un juego. Buscando remedios caseros, rezando a todos los santos, tirándome al diablo, leyendo libros de alquimia –¡qué bobita! –, como si fuese un metal que se pudiera fundir.

Quizás, y no es de extrañar, intentar volver al principio del todo, cuando yo era sin ti; borrar la pizarra y tomar otra tiza, hacerlo deprisa, inventarte despacio, sea la solución. O un té; de fresa, de jengibre, de una mordida en tu lengua, o yo qué sé…si todo esto viene a ser lo que toca.
No hay nada que una buena taza de té no solucione
-¿no crees?- cuando se trata de esquivar la trampa maldita que ansío en tu boca.

Malentendido

 Durante este tiempo jamás supe por qué el abuelo se fue. Contaba doce años. Una vez al mes iba a buscarme al colegio, al instituto, a casa. Tras merendar y hablar de cosas maravillosas me dejaba en el portal con un recado para mi abuela; un ramo de rosas rojas.

Hasta hoy.
Me han avisado que ha muerto en un callejón por Escaleritas.
Él llamaba Mariposa a mi abuela y a mí Mariposita. Contaba que cuando la conoció aún era una crisálida preciosa. Para su sorpresa se convirtió en la mujer más cariñosa y guapa del mundo.
Yo era feliz.
Su ausencia la sufrimos las dos a nuestra manera, Hay cosas que a una jamás le perdonarán, Le quiero, nos quiere, Así será por siempre Mariposita.
Corta respuesta para una eterna duda.
No volvimos a tocar el tema, pero la escuchaba cada noche sumergida en un mar de lágrimas.
Un mes antes habían discutido. Ella se soltó el pelo y utilizó el flequillo a modo de cortina para tapar lo que llamó “su vergüenza”. A partir de ese día los vecinos la saludaban con algo semejante a las burlas. Dejaron de hacerlo cuando la depresión dejó de salir a la tienda, al médico, a la farmacia.
En su velatorio todos me despeinaban. A ella le recogieron el pelo. ¡Era tan guapa! La cicatriz de su cara hacía juego con su ataúd. Se despedían, como la de enfrente, con frases que en ese momento no supe a cuento de qué venían, Bueno chiquilla: una comete errores, quizá me anticipé y no fue ella, lo que le hice en la cara fue un impulso normal ¡¿no?!, Ya casi ni se le notaba mujer.
Cuando me dijeron que podía entrar a ver a mi abuelo me llamó la atención un tatuaje en su brazo; una crisálida y una frase en forma de corazón “No hay nada peor que la cordialidad con la que se tratan dos personas que se solían amar”.
Le he pedido a mi tía que lo entierre junto a ella y ha respondido, ¡Qué menos!
Tengo el corazón roto. Pero roto así; a nuestra manera.

TRES AÑOS

 Tres años hace que se me murió un poema, Te quiero, No te quepa la menor duda.

No sé qué es peor: si pensar en lo que pudo ser o recordar lo que nunca pasó, y -¡qué cosas! soy yo quien reza un nomeolvides.
Hay una epístola que reza -sentencia de mi mala suerte- <<El día que no escriba dejaré de quererte>>.
Mientras tanto sonrío a todo lo que sigue sucediendo cada vez que sueltan a la luna.