sábado, 28 de junio de 2025

Abuela

 Otro de los motivos por los que maldije querer hacerme mayor fue no contar con que ella ya no estaría. Jamás me dejó tocar su cajita de la costura porque decía que los hilos eran muy caros y que las agujas me podían pinchar. Los caramelos de nata no sabían igual si no salían del bolsillo del delantal de mi abuela; mezcla del calor de su cuerpo, la tersura de su mano y las trabas de madera de la ropa, dando ese toque dulce babeante al caramelo incluso antes de abrirlo. Yo la recuerdo siempre vieja. Nunca me paré a pensar que fue un bebé, que tuvo ocho años, o trece, o veintiuno. Para mí siempre fue una mujer de pelo blanco a la que se le llenaban los ojos de lágrimas, sin perder la compostura, cuando nos vestíamos de blanco para el bautizo, blanco comunión o blanco boda. Sus zapatos negros, brillaban pulcros en esas ocasiones y siempre parecían recién estrenados. Ella olía a… a Mamá, y siempre tenía el fuego encendido. Nunca se quejaba y utilizaba el refranero para dar solución a cualquier problema. Era la reina de la mercromina, el pimentón y el agua de pasote o arroz. Partía el dolor con unas tijeras y la cara sin manos. Sus frases más repetidas eran: No hará falta decírselo a mamá. La familia siempre unida pase lo que pase. El ignorante cree saberlo todo, el imbécil cree tenerlo todo bajo control.

Hoy he abierto la cajita de la costura. Hay una fotografía. Ojalá y fuera yo la desconocida que está a su lado y no la que mira la foto guardando la compostura porque se acaba de pinchar el alma

De vuelta

 Una no elige jamás de quien se enamora. Es algo así como un juego de ajedrez, donde la reina depende de la casilla en la que caiga y parece tener rara vez el poder. Una debería aprender la lección y no prestar las cosas que le importan. Quizá un poco de sal, porque jamás la tomas de vuelta. Prestar atención. Pero de repente un día prestas un libro; Cómo hacer regalos y objetos con elementos naturales, y no te lo devuelven o te lo devuelven en un estado que dan ganas de llorar.

Lo compré aquel miércoles en segunda mano y comencé a leerlo por Obispo Codina. Por despiste tropecé con un chico que dejó tartamuda mi disculpa al ver que le estampaba en su corbata el helado que tomaba aquella tarde de calor. Mi reacción fue decirle que le compraría otro. La de él fue quedar una semana más tarde en la heladería, y si había terminado el libro prestárselo porque quería hacer una preciosa cadena elaborada con piñas diminutas recolectadas en Tamadaba, que quedó descubierta al caer el libro al suelo. En quince días me vi recogiendo piñas, comiendo de su boca frutas recién recolectadas…haciendo el amor. En un año ya estábamos casados, y yo daba las gracias al libro por ser el causante de nuestro gran amor al mismo instante que el primer antojo asomaba a mi boca. ¡Qué ganas de comer otra vez aquellas frutas!
Mientras elegía ovillos de lana para las ropitas no dudé en comprar una buena cesta de frutas en el mercado. Cuando llegué a casa todo había cambiado. Él tenía en las manos el predictor gritando que de quién era lo que esperaba. Ahí me dio la primera, Fue sin querer.
Jamás volví a leer ni a ser madre. Jamás volví a ser quien fui una vez.
Diez años después estoy intentando explicar cada, Fue sin querer. Pero nadie me oye y todos me cubren de flores. De haberlo sabido, aquel miércoles, me habría comprado un chaleco salvavidas.
Sólo sé que una no elige de quién se enamora y que a una reina no se le subestima el poder. Que debí ser la primera en la lista de cosas que realmente importan –no te engañes- que los libros jamás se prestan, y puede que un día tarde, demasiado tarde, te lo quieran devolver.

O yo

 Si estos huesos hablaran del otoño, comenzarían por la caída inevitable de las hojas.

Dirían te quiero tantas veces como lo han pensado. Pero sigo siendo la niña que no cambia nunca, regada de secretitos siempre en la lejanía.
Y aquí me tienes: herida y mal pagada, enganchada a tu vocación de frágil y solitario.
Como una perra que tiene la furia en celo, que no distingue lealtad de fidelidad, contoneándose con el palo en la boca a cambio de una caricia, un cariño cotidiano o una patada. Sí: enterrada como Pompeya, pero ardiendo de ganas de que desaparezcas, porque sospecho que eres como el sol que apuñala con un rayo al mar y luego lo abandona para irse de juerga con La Tierra dejándolo caliente, y con ganas. Eres -maldito seas- quien toma la rosa y deja las espinas como lo hace el otoño, o yo cada vez que intento hablar de mis huesos y éstos se equivocan.

Fotos

 Madre decía siempre que las fotografías tienen historia. Que, Si quieres saber de alguien, no te pelees con la vida, mira las fotos.

Mi nieto se hinchó a sacar fotografías. Yo engrasaba la máquina. Siempre le digo que para qué, si jamás las pasa a papel. Y cuando se le muere el móvil responde, Total, no eran para tanto, Haré más.
Pero sí que lo son.
Hoy me trajo ésta ampliada. Se ha marchado orgulloso de contradecirme. Se lo agradezco.
Yo tengo unas trescientas fotografías. Están acomodadas en álbumes desgastados y cuanto más las miro más me emocionan. Él dice que no sabría cuántas tiene. Algo de gigas me dijo.
La última vez que vi a mamá me dijo que estaba orgullosa de mí, ¿Orgullosa mamá?, Sí mi hija, El título de costurera, con lo que nos ha costado, te dará para bien vivir. Faltaban diez días para cobrar su primer sueldo desde que papá se largó a por tabaco.
Estaba preocupada.
A madre se le notaba por el ramillete de venas en la frente cuando lo estaba.
Ese día cerró las ventanas con el ramillete en alto, como lo hacen las madres cuando no hay nada que poner a la mesa. Y nos acostó a dormir. Nosotros nos levantamos al siguiente y abrimos las ventanas mientras nos sonaban las tripas. Cosa que nos hacía gracia.
Madre no respondía. Estaba fría, como en blanco y negro. Con una mano en el pecho y otra en su vientre. El ramillete de la frente había desaparecido.
Una semana después me quedé con su puesto en la sastrería de la calle La Pelota y la historia que cuenta la fotografía con el uniforme del trabajo; en blanco y negro y algo fría.

Eterna duda

 Durante este tiempo jamás supe por qué el abuelo se fue. Contaba doce años. Una vez al mes iba a buscarme al colegio, al instituto, a casa. Tras merendar y hablar de cosas maravillosas me dejaba en el portal con un recado para mi abuela; un ramo de rosas rojas.

Hasta hoy.
Me han avisado que ha muerto en un callejón por Escaleritas.
Él llamaba Mariposa a mi abuela y a mí Mariposita. Contaba que cuando la conoció aún era una crisálida preciosa. Para su sorpresa se convirtió en la mujer más cariñosa y guapa del mundo.
Yo era feliz.
Su ausencia la sufrimos las dos a nuestra manera, Hay cosas que a una jamás le perdonarán, Le quiero, nos quiere, Así será por siempre Mariposita.
Corta respuesta para una eterna duda.
No volvimos a tocar el tema, pero la escuchaba cada noche sumergida en un mar de lágrimas.
Un mes antes habían discutido. Ella se soltó el pelo y utilizó el flequillo a modo de cortina para tapar lo que llamó “su vergüenza”. A partir de ese día los vecinos la saludaban con algo semejante a las burlas. Dejaron de hacerlo cuando la depresión dejó de salir a la tienda, al médico, a la farmacia.
En su velatorio todos me despeinaban. A ella le recogieron el pelo. ¡Era tan guapa! La cicatriz de su cara hacía juego con su ataúd. Se despedían, como la de enfrente, con frases que en ese momento no supe a cuento de qué venían, Bueno chiquilla: una comete errores, quizá me anticipé y no fue ella, lo que le hice en la cara fue un impulso normal ¡¿no?!, Ya casi ni se le notaba mujer.
Cuando me dijeron que podía entrar a ver a mi abuelo me llamó la atención un tatuaje en su brazo; una crisálida y una frase en forma de corazón “No hay nada peor que la cordialidad con la que se tratan dos personas que se solían amar”.
Le he pedido a mi tía que lo entierre junto a ella y ha respondido, ¡Qué menos!
Tengo el corazón roto. Pero roto así; a nuestra manera.

La corriente

 “Reconozcamos que la mejilla derecha es un mundo sin normas y la astronomía un pedacito de jabón” FEDERICO GARCÍA LORCA; 16, Suicidio en Alejandría

Estaba preparando mi lista de reproducción para cuando llegue el momento: Javier Solis; La corriente, Escándalo. “Que me lleve la corriente atrás no regresaré”.
Y digo yo:
Para justificar mi recibo de la luz me amenazan con cortarme el suministro y para más INRI, si estoy viva, esa presión de que suceda será en un plazo de cinco años y nadie sabe por qué. Ni más, ni menos. Todo esto porque hay que renovar energías, bio-diversificar, cuidar el planeta, mantener abiertas las centrales nucleares (de repente super-necesarias) por si las moscas, despistarnos tapando los temas importantes de todo lo que aprueban o sucede, a nuestras espaldas (corrupción-política, trabajo, pensiones, sanidad, cultura, impuestos, IPC, PIB, eutanasia, aborto, menores…y un atragantado etcétera) que aunque esté la Tierra cada vez más cerca del Sol, (ciclo normal del Universo que ejerce una fuerza natural que sale a saber de dónde y la acerca cada vez más al Astro Rey) la culpa del calentamiento sigue siendo nuestra, Cámbate la peluca.
Aquí se lanzan noticias, a trote y moche, sin justificación y las tragamos entre pecho y espalda. Hay que centrarse en comprar pilas, velas, llenar el tanque de la gasolina, garrafas de agua, (la de la potabilizadora dicen que vale) también conservas, papel higiénico (¡¿yo qué sé!?) quedar con la familia en un punto de encuentro.
Saben el periodo pero no quien cortará el cable provocando el apagón.
Hasta la fecha, que yo recuerde, los cables “Eran cuatro y cada uno de distinto color" el marrón, la toma de tierra, que controla a los otros tres. En las pelis siempre hay dudas de si cortar el rojo o el azul, del amarillo jamás se supo su cometido.
“¿Qué hacer cuando todo se detenga?” Si lo dice Austria, oráculo de atentados mundiales y de pandemias entre otros, “apaga la luz y vámonos” el remate la puñeta es que Suiza le siga los pasos y yo les considere países serios y con dos dedos de frente.
Así me despido hasta más ver, agregando otra canción “no hagas caso de la gente, sigue la corriente y quiere(t)e más” y un par de libros. Porque el tiempo sin luz lo viven con pasión los que cantan y bailan y luego pagan la cuenta.


06/11/2021



A MEDIAS

 

¿Qué sería de un paraíso que ha aprendido a ser la mejor versión de sí?
¿Qué sería de una tumba sin flores?
¿Qué sería de un día sin pan o de una noche sin luna?
¿Qué sería de mí si no me prestaras tu lápiz y yo no te indicara el camino de baldosas de las minas?
¿Qué sería de un héroe sin víctimas?
De una camisa de fuerza sin su cada tema
De las ventanas sin puertas
De la cama sin su extraña
Del tamaño sin su “importa”.
¿Qué sería de los kilómetros sin distancia?
¿Qué sería de mi baile sin ti? (tú ya me entiendes)