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...Llevaba sesenta años
esperando a que la vida le diera algo,… ahora le tocaba tragarse la
caravana subiendo Siete Palmas. Se había acostumbrado a verla desde la ventana.
A reírse de todos los que salían a hacer con prisas la compras de las impuestas
fechas navideñas. Se reía de las colas de cualquier restaurante de la playa, de
la cola de la lotería… ¡Cómo las odiaba!
Regaban el belén, y las huellas del tractor comenzaban a
desdibujarse por la arena. Buscó en el parque un sitio donde tomar una cerveza
y comer relajada. Mientras le servían su paella, mínimo para dos, babeaba
pensando en que no tendría que cocinar al día siguiente ni al otro pidiendo de
antemano que le pusieran las sobras para llevar.
-¡Coño Rosy! -De un salto se puso en pie.
-¡¿Hola?!
- ¡Cuánto tiempo joder! ¿Qué de ti, y tu gente?
Por más que miraba no sabía a quién saludaba. Dio las
gracias al camarero pidiendo otra cerveza, Será un vecino de mi antiguo barrio
o alguien de mis tantos curros.
-Soy yo, Carlos. ¿No me recuerdas, tan cambiado estoy?
-Carlos, Carlos. ¡Ah sí! –dijo por quedar bien.
- ¡Cooño Rosy! ¿No recuerdas? De la universidad. El Pana.
Joder, el Pana. Lo que me faltaba. Creo que tuvimos un
morreo de seis segundos detrás del edificio de los seminaristas – se dijo
mientras tomaba un sorbo del botellín.
-¡Carlos! ¿Siéntate? –Por lo que más quieras ni te sientes –pensó.
-No, no, que tengo prisa. Mira, esta es mi mujer y mi nieto.
La mujer la miró largando una sonrisa demasiado intensa para
su gusto.
-La famosa Rosy –dijo mordaz la doña.
-Me casé ¿sabes? Tengo un hijo. Ahora está de viaje y ya
sabes, los hijos no se van, y además están esperando gemelos. ¿Y tú tienes nietos?
Tenemos que ponernos al día –decía mientras acariciaba la cabeza rapada de su
nieto.
El jodido chiquillo comenzó a jugar con los bigotes que
sobresalían de su paella calentita… Ella no apartaba la boquilla de la botella
de sus labios disimulando para no responder al ataque de preguntas del Pana. El
Pana, no recordaba ni su nombre.
-¿Y qué, has visto a la gente, Rosy?
-¿La gente? – negó indecisa. No conseguía imaginarse otra
cosa que no fuera, Enano deja de manosear mi comida. Coño.
-Bueno yo sigo en contacto con casi todos…
El Pana seguía siendo el mismo baboso de siempre y a ella le
sonaban las tripas mientras evitaba una arcada al recordar después de tantos
años el morreo donde los curas. El escalofrío en el cogote rozó el pinchazo. Rápidamente
su mano detuvo la sensación como quien intenta matar un mosquito en su propio
cogote. El hombre era una cotorra:
-Sí, estuvimos todos en el funeral. Te echamos de menos tía.
Todos te echamos de menos.
-Abuelo tengo sed.
-Sí, cariño.
-Y quiero pipi.
-Que sí, que ya vamos.
Su mujer seguía enseñándole los dientes y ya mosqueaba. Aquella
sonrisa quieta sabía y le echaba en cara el morreo de su juventud con su viejo.
-¿Funeral? –preguntó al fin reaccionando.
-Sí. El de Esteban, Rosy.
-Esteban –suspiró como ida.
-Se tiró del puente Silva. Una pena.
..y aquí estoy en esta mierda de caravana haciéndome la
pregunta de siempre, que cómo pudo Esteban después de lo nuestro no volver a
llamarme. Qué como pude yo, ¡yoo! esperar cada día saltando como una cría cada
vez que sonaba el teléfono convencida de que era él.
Mi teléfono suena y escucho el audio.
Hola mamá. Pasaré mañana para ir a dar de baja a tu coche y
si te parece desayunamos juntos. Ya verás que no lo echarás de menos. Además a
partir del uno de enero las guaguas serán gratis. Espero no volver a discutir
contigo eso de la edad, ¡¿Eh!
Le respondo mirando de reojo al policía que gobierna la
rotonda con un estruendo de silbato.
Está bien, cariño. Me rindo. Se acabó el conducir. A partir
de mañana <<me dejaré llevar>> Por cierto Esteban, ahora me pillas
en caravana pero… ¿recuerdas eso que jamás quise responderte? Ya va siendo hora
de que sepas al menos su nombre.