LA MAR DE MENTIRAS
Mamá dice que papá volverá en la próxima marea. Hoy está muy pálida. Dice la abuela que la fiebre ha bajado y por eso mamá se ha vuelto charlatana y no me suelta la mano. También dice que papá era un templario con arte en el codo, que templaba el timple y el aguardiente y las papas arrugás.
Mamá siempre fue más de escuchar, en eso no salió a la abuela que cuando no habla reza. Mamá me acaba de contar cómo conoció a papá en las fiestas de San Cristóbal, cuando a ella se le echó a volar el pañuelo que rodeaba su cuello y por poco lo pierde para siempre, pero papá lo rescató de un remolino de viento que en realidad, los unió para siempre cuando ella le dio las gracias y él la invitó a bailar, un solo baile, en la verbena y mamá le concedió todos y cada uno.
En casa se mide el tiempo en mareas o en lunas. A mí, medir en lunas me gusta porque me recuerda a los indios americanos y todo ese ritual que les define como amantes de los astros, y de la Madre Tierra.
Desde mi ventana se ve el mar. Me gusta mirarlo mientras sujeto la jarra de caracolillos con una mano y con la otra remuevo escuchando su sonido seco contra el cristal.
Dice la abuela que si el cielo está rojo y se ve Lanzarote es que lloverá de seguro. Me gusta contar las olas y esperar la número siete, a ver si es cierto eso que dice mamá que la séptima suele ser más alta y si la marera está baja es la que más se extiende en la orilla.
Yo aprendí a nadar en esta playa del Castillo. Un día mamá me lazó mar adentro desde la orilla y dijo, ¡Nada!, y nadé. Así la enseñó el abuelo y así aprendieron todos los del barrio marinero.
Mamá me ha pedido que le vuelva a leer el libro de Cuba, creo que así pretende que me guste algún día Lorca, pero soy muy pequeña y no entiendo lo que leo.
El aullido lastimero de un perro me hace subir a la azotea. Desde aquí no puedo verlo pero veo como respira el faro esta noche como mamá respira; pausado, largo, pausado, largo... Mamá me contó, también, que en el faro dio su primer beso a papá y que siempre fue su punto de encuentro. Claro que estuvo a punto de ingresar en un convento, pero mi padre le dijo que si lo hacía no habría abadía en la que no empinara el codo, así tuviera que hacerse abad de las puertas del infierno. También fue ahí donde le pidió que se casara con él (la abuela me contó que cree que fue ahí donde aparecí yo en el ´último disparo).
Nunca he ido al faro de noche, mamá no me deja. Dice que el farero tiene que estar pendiente de los barcos y puedo distraerle, y si papá viene de donde los nipones, y el farero está distraído, dios nos asista. Mamá también me habló de la muerte comparándola con el mar, Siempre está ahí por mucho que las olas mueran en la orilla, no hay que tenerle miedo pero se merece su respeto. Lo que no entiendo es por qué me dijo que el mar da vida a quien está a su lado si lo compara con la muerte.
Ahora voy a preparar la cena. Del chinchorro han salido unas sardinas bien gordotas y tengo hambre. Mamá lleva tres días sin poder comer y la abuela está preocupada. Siempre que se preocupa se frota las manos en el delantal aunque las tenga limpias. No sé si despertarla o esperar y cenar juntas.
Hoy la luna no aparece y el mar está llorando contra la ventana del cuarto de mamá. La abuela insiste en que coma algo porque ya es tarde ya que mamá no tiene hambre, y dice que pronto vendrá el cura y que tiene que ser pecado que mañana se lleven las cenizas de mamá al faro y las tiren a la marea junto a las de papá. Siento que el mar se ha detenido y mamá tenía razón en una cosa, papá volverá en la próxima marea, pero la muerte es como el mar que tarde o temprano te devuelve lo que te quita después de haber tocado todos los fondos, pero yo hoy le he perdido el respeto y he comenzado a entender a Lorca.
Mamá siempre fue más de escuchar, en eso no salió a la abuela que cuando no habla reza. Mamá me acaba de contar cómo conoció a papá en las fiestas de San Cristóbal, cuando a ella se le echó a volar el pañuelo que rodeaba su cuello y por poco lo pierde para siempre, pero papá lo rescató de un remolino de viento que en realidad, los unió para siempre cuando ella le dio las gracias y él la invitó a bailar, un solo baile, en la verbena y mamá le concedió todos y cada uno.
En casa se mide el tiempo en mareas o en lunas. A mí, medir en lunas me gusta porque me recuerda a los indios americanos y todo ese ritual que les define como amantes de los astros, y de la Madre Tierra.
Desde mi ventana se ve el mar. Me gusta mirarlo mientras sujeto la jarra de caracolillos con una mano y con la otra remuevo escuchando su sonido seco contra el cristal.
Dice la abuela que si el cielo está rojo y se ve Lanzarote es que lloverá de seguro. Me gusta contar las olas y esperar la número siete, a ver si es cierto eso que dice mamá que la séptima suele ser más alta y si la marera está baja es la que más se extiende en la orilla.
Yo aprendí a nadar en esta playa del Castillo. Un día mamá me lazó mar adentro desde la orilla y dijo, ¡Nada!, y nadé. Así la enseñó el abuelo y así aprendieron todos los del barrio marinero.
Mamá me ha pedido que le vuelva a leer el libro de Cuba, creo que así pretende que me guste algún día Lorca, pero soy muy pequeña y no entiendo lo que leo.
El aullido lastimero de un perro me hace subir a la azotea. Desde aquí no puedo verlo pero veo como respira el faro esta noche como mamá respira; pausado, largo, pausado, largo... Mamá me contó, también, que en el faro dio su primer beso a papá y que siempre fue su punto de encuentro. Claro que estuvo a punto de ingresar en un convento, pero mi padre le dijo que si lo hacía no habría abadía en la que no empinara el codo, así tuviera que hacerse abad de las puertas del infierno. También fue ahí donde le pidió que se casara con él (la abuela me contó que cree que fue ahí donde aparecí yo en el ´último disparo).
Nunca he ido al faro de noche, mamá no me deja. Dice que el farero tiene que estar pendiente de los barcos y puedo distraerle, y si papá viene de donde los nipones, y el farero está distraído, dios nos asista. Mamá también me habló de la muerte comparándola con el mar, Siempre está ahí por mucho que las olas mueran en la orilla, no hay que tenerle miedo pero se merece su respeto. Lo que no entiendo es por qué me dijo que el mar da vida a quien está a su lado si lo compara con la muerte.
Ahora voy a preparar la cena. Del chinchorro han salido unas sardinas bien gordotas y tengo hambre. Mamá lleva tres días sin poder comer y la abuela está preocupada. Siempre que se preocupa se frota las manos en el delantal aunque las tenga limpias. No sé si despertarla o esperar y cenar juntas.
Hoy la luna no aparece y el mar está llorando contra la ventana del cuarto de mamá. La abuela insiste en que coma algo porque ya es tarde ya que mamá no tiene hambre, y dice que pronto vendrá el cura y que tiene que ser pecado que mañana se lleven las cenizas de mamá al faro y las tiren a la marea junto a las de papá. Siento que el mar se ha detenido y mamá tenía razón en una cosa, papá volverá en la próxima marea, pero la muerte es como el mar que tarde o temprano te devuelve lo que te quita después de haber tocado todos los fondos, pero yo hoy le he perdido el respeto y he comenzado a entender a Lorca.
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