sábado, 21 de octubre de 2017

Cría cuervos

“No soy perfecto. Si lo fuera, mis errores no tendrían excusas” Eso decía en la pared de la entrada escrito con un bote de pintura rojo. Al entrar a la casa las cortinas habían sido cambiadas por perfectas telarañas aunque al retirarlas, ni las tejedoras quedaban. Pisaban un extraño  pegote que venía del fondo y a tientas buscaron los pestillos de las ventanas. No olía a moho ni a hogar, ni a podredumbre. No olía a nada. Ni a vida. Ninguno medió palabra. En la primera habitación había una pintura en la pared; una imagen diabólica que lloraba rabia y arrepentimiento semejante a esas caretas africanas que se compran como suvenir cuando uno quiere demostrar que ha estado en algún otro sitio. Al otro lado, dibujado a bolígrafo azul, un Cristo crucificado en el mástil de un barco apuñalado por un naife clamando al cielo. Herramientas por el suelo ordenadas por tamaños y una caja de madera que decía Tío Pepe llena de lápices de colores y bolígrafos  de color azul; nuevo, vacío o seco sin estrenar. Unas fichas de Scrabble formando la palabra “Loco” sobre una mesa de planchar abierta cubierta de un fino polvo que no hacía falta retirar para poder leerla. Al lado la cocina de gas con dos fogones perfectamente limpios sobre un baúl de plástico grande transparente, por el que corrían cucarachas deseando entrar a los paquetes de arroz y azúcar que contenía. Un pequeño aseo era el otro cuarto y el siguiente una habitación vacía. Se quedaron mirando la oscuridad de la siguiente habitación y notaron bajo los pies que el pegote era resbaladizo. Buscaron la ventana y entró la luz. En la pared sobre la cama había escrito, puede que con sangre “Si no tengo mujer no tengo hijos” y sobre la palabra mujer había clavado en la pared un sacacorchos. En la mesita de noche descansaba el  cuchillo del canariote, una baraja gastada, un cenicero lleno de colillas, un palillo de dientes…En la cama estaba él. Dormido hacía muchos años. Sobre su pecho una novela del oeste y como separador de la última página leída un trozo de encaje en el mismo estado que él se encontraba. No podían apartar la vista. El baberío del suelo mientras se alejaban, volvió a ser un pegote bajo los pies, esta vez mezclado con asombro, dolor y la indiscutible sensación de que pisaban sangre de su sangre; los restos del charco que se formó hasta la entrada de la casa de alguien que jamás les quiso ni les esperó.









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