Pensé en tus labios benignos y fugaces, justo cuando se
despertó la mañana con esos ojitos hinchados y llenos de luz que suelen tener las
mañanas de septiembre. Noté la lluvia con olor a gris, a yerba, a nada de ti…Entonces dejé de
escribir en mi pecho. No me gustan los poemas ñoños, ni faltos de rabia, que
solo se conjugan con el verbo doler, pletóricos de emociones dislocadas, ni
tampoco las palabras; fugaces, ni benignos, -nada lo es-, cuando se refieren al
misterio de tus fauces que ponen límites tajantes al alba, en el que cada mañana… pierdo la magia
al antojo de un dios indiferente. Ya si eso…luego se me pasa.
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