lunes, 15 de julio de 2019

Dos cosas


Odio ir de compras. Yo llevo una lista y me acojo a ella como el de Notre-Dame se acoge a Sagrado. A veces me fascina; si ya es difícil comprar la oferta teniendo en cuenta que lo barato es caro, ahora se emplea el móvil para aclarar a tu famlia qué estás comprando, mientras intentas abrirte la bolsa, en frutería, con un guante cincuenta tallas más grande, y la muy “bolsa” está pegada de fábrica al vacío y no hay dios que la abra si no mojas con saliva los dedos. Claro que me fascina ver con qué facilidad la abre el frutero y mi imaginación vuela alto y le imagino entre botones, cremalleras o corchetes y…disculpen que me voy por las ramas. De veras que me fascina ir al supermercado aunque odie ir de compras, porque en el pasillo de los hidratos de carbono siempre hay una pareja joven que se disputa si llevar chocolate blanco o con leche, al tiempo que se acuerdan como por arte de magia, mientras él le toca el culo y ella le sonríe, que les falta la cola light, sin azúcar, desnatada, descremada, y des…de todo. También me fascinan los mayores, siempre cargados de frutas y verduras, adictos a las chuches de sus nietos y al tres por dos, mientras se les hacen los ojos chiribitas, y a colarse a la hora de pagar, por sus peras imperiales, mientras a todos los de la fila se nos enredan las cejas en el fleco. Para colmo siempre les falta algo por pesar y hay que hacer pausa para la publicidad mientras la cajera llama para que alguien venga a rescatarla. Mira que siempre he odiado ir de compras y por ello me han llamado rara. Nunca le he contado a nadie, hasta ahora, que para mí es un mundo suculento de historias y es lo único que me anima a estar en una tienda. Las madres a la carrera antes de ir a la puerta del cole, las chicas de doce que entran y salen sin compra (no sé pa´ qué) y yo, encabronada porque han cambiado todos los pasillos y tendré que buscar, como puta por rastrojo, donde están los huevos…

Echo de menos a Manolito el de la tienda. Él lo tenía todo controlado. Sabía qué quería y sobre todo sabía dónde lo tenía. Claro que un día a alguien se le ocurrió (por favor que alguien me lo presente que ya le diré yo dos cosas) que era mejor suminístrarte tú sola. Al menos hacías amigas en las tiendas y te enterabas en primera persona, aunque suene arriesgado, si Luis Alfredo era adoptado o hermano de Cristal, la hija del cura, el que en su juventud tuvo un desliz con Victoria y…ya me fui otra vez por las ramas. Me gusta volar, pero me sucede como a Ícaro, que intentó volar demasiado alto y al derretirse la cera que ablandó sus plumas; plof… 
Ya estoy en casa y en lo único que pienso es: ¿Por qué si compramos huevos y nunca están en neveras los ponemos en ella? ¿Quién fue el lumbreras que dispuso una huevera en las puertas de las neveras? (Por favor que alguien me lo presente que ya le diré yo dos cosas)

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