La nevera estaba
vacía. No quería ni arcoírises ni flamenco ni unicornios. No quería nada y sumé a mi desgracia un bolero,
una uña rota, un frasco seco de mi anti-ojeras y otro de colorete en polvo. Mientras
espachurraba aquel kebab, con ganas de morir de hambre, de asco, o de lo que
fuera, el yogurt tocó mi pecho, y el colmo de mis males -al lamerlo- se sentó a
mi derecha diciendo, Tranquila ¿Quién va
a mirar a un alguien que siente que siempre será nadie?
Mis lágrimas lácteas,
moqueando, y un tapón en la garganta descansaron en mis muslos y pensé, ¿Qué
haré ahora con la fila de penas, grises y fríos, y llantos planeados, y noches
sin lunas premeditadas, despedidas sin
despedida, cuando forcejear con el llanto es un encuentro de niñas tristes que
juegan al pilla-pilla, dando ventaja a la vida…si nunca ganas la partida?
Él, tan dolorosamente
cierto, salió detrás de la columna. Tomando
mi mano en su mano y en la otra el salero, con su “vamos” bajo el brazo, dijo
que dijera a la vida, Chica, tú no podrás conmigo y tampoco tus murmullos. No
te hagas la valiente, ni te creas la fuerte entre todas las fuertes, que cuando
a la pena se le hace cosquillas, explota
en tu cara a cara y siempre pierdes la partida. Hazlo así y verás lo que es
vida.
Ahora ya no compro anti
ojeras, ni recuerdo la última vez que lo hiciera. Canto por soleares, flamenco,
isas, boleros, y no me duele la de El día que me quieras. A rato me muerdo las
uñas y nos besamos como se come un buen yogurt que lames hasta la tapa. En la
nevera tengo lunas y unicornios y algún que otro arcoíris combinado. Compro sal
premeditada, y los polvos…bueno…los polvos…
A lo que iba; adoro
rodear columnas mientras jugamos al pilla-pilla, y me dice “vamos” y, claro, me voy, porque él me deslumbra y me
celebra, indicándome el camino de baldosas amarillas.
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