Hoy lancé una rosa al mar, y mientras se alejaba a buscarlo recordé, que no era yo quien se
ahogaba ni él quien se quería salvar.
Me olvidé hasta de escribir. Subida a aquella tabla como quien hace alpinismo y planta bandera al llegar,
escribimos con arena y un viento huracanado: No, no matarás.
Lo hicimos… rugiendo como el mismo mar. A contracorriente
los ojos. Las miradas al azar. Con los brazos en cruz, sintiéndonos flotar.
-Tócame -dijo- como burbujas de sidra entre abrazos,
a brazadas, que estoy cansado de nadar.
Mi boca, propensa a marearse, se aferraba a su boca
como a un remo, y en la embestida dos olas chocaron con delirio y fuerza a ver
quién lamía más, hundiéndome en un abismo donde olvidé respirar.
Luego, exhausta en la orilla mojada después de llorar,
envuelta en espuma y escamas, y las
caderas saladas más allá de las burbujas, a aquel madero a mi espalda le atravesé
mis uñas al leer que al otro lado él me clavaba un anzuelo: Criatura: lo tuyo
siempre será escribir.
Hoy lancé una rosa al mar pero dejé las espinas y un
mensaje en la botella: “Lo tuyo siempre será nadar.”
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