viernes, 25 de octubre de 2019

Mi hombre

Yo creía que me gustaban todos los hombres y si bien no tenía, todavía, prototipo, siempre he diferenciado a un tipo, de un tío y de un hombre. Hoy reconozco que no me gustan todos ¡Qué cuernos! Me gustan los que son limpios sin rayar el asco. Sin tatuajes aunque vengan al caso. Los que se atreven a equivocarse y quedarse rojos, el que huye la mirada al principio, pero no se da cuenta que su reojo le delata. Que le guste leer y escriba algún día algo para mí. Que no sea más guapo que yo, pero sí más interesante. Fuerte pero delicado. Sensato pero con un toque de locura. Que me abrace cuando lloro aunque no sepa el porqué y se deje abrazar por el mismo motivo. Que no le importe que lleve tacones ni me pinte o vaya despeinada y que jamás me diga que qué es eso que tengo en estos días en la cara. Que sepa lo que me gusta, lo que me hace reír, lo que me da miedo…Que cuando susurre mi nombre me dé un vuelco la tripa (Rosa…) Que no le haga falta preguntar si utilizo preservativo –que lo dé por sentado-. Que se deje olisquear y cierre los ojos cuando lo hago. Que sepa a café cuando le beso y a sexo cuando hemos terminado.

martes, 22 de octubre de 2019

Para yo.



Vamos a ver: ¿en qué lugar me dejas cuando hablas o escribes? Prefiero que hables porque las palabras se las lleva el viento, y aunque no hablo sin conocimiento… cuando escribes, ¡oh, cuándo escribes! Cuando escribes me condenas ya que el papel aguanta todo y queda constancia, y a veces no te aguanto. Me siento débil, expuesta, en el punto de mira, en la diana de cualquier esquina, subida a un madero, condenada a una hoguera… desnuda y desprotegida. Yo, que solo soy quien soy; de lágrima contenida, no la fácil, esclava de mis letras, amiga de un poeta, custodia de un te quiero, sumisa del amanecer, o guerrera ante un maltrato, sobrevivo a base de Machados y Federicos y algún que otro Santiago. A veces soy un trapo de cualquier color ante una de mis cadenas. Jamás un quijote, jamás escudero, quizás libro para otras edades, realista hasta la médula, amante hasta los huesos y mi sangre es RH literaria dolorida. Por eso, cuando me preguntan si soy lo que escribes -¡Ay, cuándo escribes!-, me duelen todos mis versos… y respondo no.





lunes, 21 de octubre de 2019

Qué manía

Qué cotilla es la gente. Dicen que nos queremos, y es cierto, y que no somos amigas. ¡Adónde vamos a parar! Somos amigas con derecho a roce y eso, al parecer, les roza y escuece. Qué les importa a esos cotillas si lo preocupante sería no tener amor y ni eso es su asunto. Nosotras a lo nuestro, que la amistad suele durar toda la vida y los amores un suspiro. Qué jodida manía de poner etiquetas; que si vamos de la mano, que si vestimos distinto, que nos vendría bien un mengano, que si nos besamos al vernos…y cuando nos vamos.
¡Que revienten mientras nosotras explotamos! Si escribiera todo lo que en mí se cuece, lo negaría tres veces.

Foto de; Rogelio Liria


domingo, 20 de octubre de 2019

Je suis malade

Los médicos le habían hecho pruebas y no encontraban nada, pero le dolía el pecho y no podía llorar. Le dijeron que moría sin remedio. Pensó que sería como mueren las olas, pero que el mar la arrastraría y le daría vida como al vaivén de la marea, como al mar furioso, como a la mar en calma. Luego la llamaron y le dijeron que había un error en su historia y se sintió aliviada. En la consulta el psiquiatra le confirmó que tenía mal de amores. Ahí se sintió morir porque, los amores que matan nunca mueren, y le dolía el pecho... y no, no podía llorar.

domingo, 13 de octubre de 2019

Mi 20N


Drago me había robado el chupa chus, era un listillo que en lugar de ladrar aullaba, sobre todo si le gustaba la música que sonaba. Gracias al disco de Led Zeppelín ahí estábamos entre chapas y boliches porque mi hermano estudiaba con música a toda pastilla. Esa tarde nos mandaron a la calle a jugar, al boliche, bueno a jugar a la calle, que al boliche no jugaban las señoritas de siete años. Drago y yo nos sentíamos valientes en busca de aventuras; él mascando el super-chicle que había en el corazón del caramelo, parecía el jefe de nuestra banda de a dos, claro que más tarde comenzamos a sentirnos huérfanos abandonados a nuestra suerte. Ese día perdí la magia, pisé sin darme cuenta un perinqué y el homicidio involuntario me causó un trauma, yo nunca había asesinado a nadie y en aquel tiempo aprendí de las monjas que; quien sin querer peca, sin querer va al infierno. Para colmo a Drago le dio por jugar con el pobre lagartito que se retorcía en el suelo medio destripado mientras yo me quitaba mi zapato dejando el pie con el calcetín blanco contra el suelo. Era incapaz de mirar la suela, si comprobaba que habían restos bajo mi zapato se confirmaría el homicidio.
Volví a casa en silencio aguantando el llanto y cuando mi madre me vio la cara, le dije que me había entrado tierra en los ojos. Claro que mamá no era tonta y se enfadó al ver mi ropa, los calcetines, mis uñas, todo me delataba. Esa noche me acosté sin cenar como castigo, pero lo agradecí, no me habría entrado nada en el estómago. No dormí pensando en el pobre perinqué y en que si se enteraban me detendrían por asesinato y mi único testigo de que fue sin querer estaba roncando bajo mi cama.
A la mañana siguiente fui al cole en silencio pero durante la jornada mi profesora comenzó a llorar. En poco rato comenzaron a llegar los padres a recogernos antes de tiempo, cuando vi a mi padre por poco me muero, seguro que ya lo sabía porque llevaba un botón negro cosido a la camisa blanca y corbata negra. Al llegar a casa mamá no me quitó el uniforme, me quitó los lazos azules, con muy mala cara y sin decir nada, me puso los negros en las coletas, como cuando murió la hermana Lucas. Definitivamente me habían pillado. Salimos de casa en absoluto silencio. Los pocos; taxis, piratas, los coches de hora, todos, llevaban lazos negros, íbamos a casa de mis abuelos. Mi corazón en la boca se sumaba al silencio y ya quería morir. Al llegar a casa de mis abuelos estaban todos mis tíos y primos. Todos de luto menos mi abuelo, que con sus gafas a media asta hacía el crucigrama del periódico. Pedí la bendición, y sin mirarme, mi abuelo me bendijo y me pidió me apartara de delante de la tv porque había un tipo en una caja al que todo el mundo quería ver; un tal Franco.
-Tarentola. Salamanquesa -dijo mi abuelo.
A lo que mi padre respondió -perenquenes .
-¿Solo uno hijo mío?
-Perenquén, padre.
-Entonces era eso. Ya entiendo. Gracias hijo. Y dime-, me miró muy serio -¿No tienes nada nuevo que contarme?
Me confesé. ¡Lo juro!



miércoles, 2 de octubre de 2019

Por consiguiente:

Por consiguiente: las palabras final y feliz, no deberían estar contenidas en la misma frase rimando, indudablemente, con la palabra miedo, porque eso es un trío  donde solo eyacula éste, derrumbando  sueños sobre  realidades que tiemblan, no sabemos si de felicidad (al fin y al cabo o al cabo del miedo) o de frío, (a pesar del fuego), dejándonos rotos. Pero rotos así; reducidos a un saludo. Rotos hasta la espina dorsal. Bien rotos… como de costumbre.