lunes, 26 de diciembre de 2016

Viaje en guagua al pasado.

Mi hermano dice que todos los  nombres de antaño terminan con un respetuoso  “…ito, …ita”. 
Le conocí en el asiento especial para personas de movilidad reducida, embarazadas, en fin, ya saben a qué asiento me refiero si alguna vez viajan en guagua. Cada día a la misma hora él ya estaba dentro. Nunca le pregunté de dónde venía o el fin de su viaje. Solo tenía seis paradas para contarme con detalle que vivió las dos guerras, el hambre, el trueque, los piojos, o la disentería, con detalles tan bien relatados que a veces me daban ganas de saltarme la rehabilitación o que un atasco nos diera más tiempo de charlar. Tenía noventa y seis años y si bien me fijé en sus ojos verdes más de una vez, la mirada se me perdía en sus manos y aquellos callos cansados que frotaban su barbilla, constantemente, cuando hacía una pausa para recordar no solo el día, sino la hora, el olor o la sensación de cada instante. Antoñito: hoy me acordé de usted al ver el asiento vacío.

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