Hay momentos en los que me dejo llevar por esos
pensamientos infundados sobre vidas pasadas, que al parecer hemos tenido y se
quedaron guardados en no sé qué memoria del alma. Uno de esos ratos es ahora,
tener que escribir sobre una pajarita es para mí como hacer una de aquellas
penas; “escribir cien veces no debo hablar en clase” Ahí es cuando juzgo a la divina providencia
porque me envía eso a lo que yo llamo,
“lo peor que me ha pasado y no merezco”. Otras veces es el momento mágico/
trágico, en que aparece una mariposa o una pajarita -confieso que les
tengo pánico-, y es en ese instante en el que creo fehacientemente que en una
vida pasada me encerraron en una cueva subterránea con una pandilla de estos
insectos y mi muerte la ocasionó el terror de tenerlas encima. Con decirles que
una vez di tal grito en la parada de la guagua, que hasta los coches frenaron
pensando que algo terrible pasaba en la acera. Ahora que se ha llenado la isla,
mi casa y cualquier sitio por el que yo ando, todos me dicen cuando las evito que
tengo suerte, que son seres de luz, que la luz va hacia la luz, como la que
está ahora mismo aquí mientras escribo y en cualquier momento terminará
aplastada, manchando el pupitre mientras yo grito, como la que vende pescado, y
correré a lavarme las manos como Poncio pero a lo bestia y sin sentimiento
alguno de culpa. A ver con qué cara vuelvo a entrar a esta sala tras mi
apoteósica, y patética, acción. ¡Ojalá y se apagara esa mi luz!
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