Es entonces cuando no me dirige la palabra que todo se
vuelve insoportable. La veo en su ritual de silencio. Con su cruce de piernas y
su mirada perdida, y un suspiro que como trueno inesperado me hace sentir solo. Yo paso
la página de mi libro con rabia para hacer todo el ruido que mis celos me
permiten. Me levanto y leo por encima de su hombro mientras acaricia el teclado
como leen los ciegos “Muérdeme la cadera
hasta que sea a ti a quien le duela y entonces, solo entonces, hazme el amor;
manso o como una fiera.”
Le pregunto si quiere un café y sin mirarme dice sí. Yo creo
que es para que la deje en paz que me dice que sí.
Desde la cocina escucho el golpe de las teclas a segundos
impares y el goteo del café se pone en mi contra. Está sola, sin mí,
escribiendo cosas que solo me dice a mí, que solo hacemos cuando consigo
alejarla todo lo posible del maldito teclado. Cosas que leerán otros.
Le acerco el café y pienso: Mírame. Mírame cuando menos
espero que lo hagas aunque no resista que me pongas la saliva de punta.
Entonces, como si me hubiera escuchado, deja de escribir en
el teclado y comienza a escribir en mi piel. Es entonces cuando me dirige la hora
punta de sus palabras y yo me inclino ante su cruz, y todo se vuelve insoportable
porque ya antes de morderla duele. ¡Joder cómo duele!
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