martes, 3 de marzo de 2020

El aprendiz


El invento era tonto pero le convirtió en  millonario. Al despertar, muy inquieto, tomó pluma y con su sangre, anotó rápidamente la idea que por destino, del Quefuera, le fue concebido en sueños como a un aprendiz de profeta.
 No entendía de destinos, para él no era importante y que la gallinita dijera Eureka era una buena señal. Y de señales va esto que tras despertar de un cuento se puso él a anotar, con mesurado detalle, cómo resolver el mundo en menos de un plis plas.  Y ahí que se fue a la calle a buscar a quien buscara el don de la felicidad, pero nadie le escuchaba.
- ¡Oiga que la he encontrado. Oiga que es sencillo. Qué cuesta poco; un na de na!
Pero nadie hacía caso a una cosa tan barata, e infeliz por su hallazgo volvió desandando el camino destino junto a su cama. Pensó qué podía hacer para cumplir su sueño y registrar la patente. Y entre suspiros durmiendo, un diablillo jodelón, le puso la solución como el ratón cambia el diente.
<<Que cueste tanto que duela, que se pierda por nada, que cuando la encuentres mueras y vuelva cuando le venga en gana. Que si la tienes no la quieras, que si la pierdes la pagas. Que solo sea lo que es, si un día te toca el alma. >>
Y así han pasado los siglos y aquel invento del sueño que era tonto, muy tonto, se convirtió en rebuscado, en un tesoro bien caro.
 Ni todo el oro del mundo. Ni un corazón sin dueño. Ni el más frío de los te quiero ni el más caliente de los egos, podrán entender jamás lo que anotó aquel poeta que un día fue millonario, así, en un plis, plas.
Y es que si algo le inquieta, a aquel aprendiz de profeta, escribe con pluma y sangre: Siempre aquí, ¿no la lees? Aquí la felicidad, entre estas absurdas letras.




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