domingo, 20 de octubre de 2019

Je suis malade

Los médicos le habían hecho pruebas y no encontraban nada, pero le dolía el pecho y no podía llorar. Le dijeron que moría sin remedio. Pensó que sería como mueren las olas, pero que el mar la arrastraría y le daría vida como al vaivén de la marea, como al mar furioso, como a la mar en calma. Luego la llamaron y le dijeron que había un error en su historia y se sintió aliviada. En la consulta el psiquiatra le confirmó que tenía mal de amores. Ahí se sintió morir porque, los amores que matan nunca mueren, y le dolía el pecho... y no, no podía llorar.

domingo, 13 de octubre de 2019

Mi 20N


Drago me había robado el chupa chus, era un listillo que en lugar de ladrar aullaba, sobre todo si le gustaba la música que sonaba. Gracias al disco de Led Zeppelín ahí estábamos entre chapas y boliches porque mi hermano estudiaba con música a toda pastilla. Esa tarde nos mandaron a la calle a jugar, al boliche, bueno a jugar a la calle, que al boliche no jugaban las señoritas de siete años. Drago y yo nos sentíamos valientes en busca de aventuras; él mascando el super-chicle que había en el corazón del caramelo, parecía el jefe de nuestra banda de a dos, claro que más tarde comenzamos a sentirnos huérfanos abandonados a nuestra suerte. Ese día perdí la magia, pisé sin darme cuenta un perinqué y el homicidio involuntario me causó un trauma, yo nunca había asesinado a nadie y en aquel tiempo aprendí de las monjas que; quien sin querer peca, sin querer va al infierno. Para colmo a Drago le dio por jugar con el pobre lagartito que se retorcía en el suelo medio destripado mientras yo me quitaba mi zapato dejando el pie con el calcetín blanco contra el suelo. Era incapaz de mirar la suela, si comprobaba que habían restos bajo mi zapato se confirmaría el homicidio.
Volví a casa en silencio aguantando el llanto y cuando mi madre me vio la cara, le dije que me había entrado tierra en los ojos. Claro que mamá no era tonta y se enfadó al ver mi ropa, los calcetines, mis uñas, todo me delataba. Esa noche me acosté sin cenar como castigo, pero lo agradecí, no me habría entrado nada en el estómago. No dormí pensando en el pobre perinqué y en que si se enteraban me detendrían por asesinato y mi único testigo de que fue sin querer estaba roncando bajo mi cama.
A la mañana siguiente fui al cole en silencio pero durante la jornada mi profesora comenzó a llorar. En poco rato comenzaron a llegar los padres a recogernos antes de tiempo, cuando vi a mi padre por poco me muero, seguro que ya lo sabía porque llevaba un botón negro cosido a la camisa blanca y corbata negra. Al llegar a casa mamá no me quitó el uniforme, me quitó los lazos azules, con muy mala cara y sin decir nada, me puso los negros en las coletas, como cuando murió la hermana Lucas. Definitivamente me habían pillado. Salimos de casa en absoluto silencio. Los pocos; taxis, piratas, los coches de hora, todos, llevaban lazos negros, íbamos a casa de mis abuelos. Mi corazón en la boca se sumaba al silencio y ya quería morir. Al llegar a casa de mis abuelos estaban todos mis tíos y primos. Todos de luto menos mi abuelo, que con sus gafas a media asta hacía el crucigrama del periódico. Pedí la bendición, y sin mirarme, mi abuelo me bendijo y me pidió me apartara de delante de la tv porque había un tipo en una caja al que todo el mundo quería ver; un tal Franco.
-Tarentola. Salamanquesa -dijo mi abuelo.
A lo que mi padre respondió -perenquenes .
-¿Solo uno hijo mío?
-Perenquén, padre.
-Entonces era eso. Ya entiendo. Gracias hijo. Y dime-, me miró muy serio -¿No tienes nada nuevo que contarme?
Me confesé. ¡Lo juro!



miércoles, 2 de octubre de 2019

Por consiguiente:

Por consiguiente: las palabras final y feliz, no deberían estar contenidas en la misma frase rimando, indudablemente, con la palabra miedo, porque eso es un trío  donde solo eyacula éste, derrumbando  sueños sobre  realidades que tiemblan, no sabemos si de felicidad (al fin y al cabo o al cabo del miedo) o de frío, (a pesar del fuego), dejándonos rotos. Pero rotos así; reducidos a un saludo. Rotos hasta la espina dorsal. Bien rotos… como de costumbre.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Y entonces

Y entonces, qué haces entonces…
No sabes si salir o quedarte…
Si morir o matarte…
Si pensarle a posta o sin querer…
Si encender o apagarte…
Pero sientes el impulso de seguir adelante por mucho que te arrastre el atrás.
Y así lo hice. Salí, anduve; llorando como a gotas impertinentes, moqueando pañuelos, irritando mis ojos que no paraban de llover… con una mano en el pecho que me aplastaba y me empujaba al ayer. Y entré a aquel bar y pedí las copas que quedaron pendientes y entonces me dijo “vamos” y aquella mano en mi pecho cayó desplomada butaca abajo; del me muero, a mis pies… y entonces.

domingo, 29 de septiembre de 2019

Su minuto de calor.



El gallo ha cantado tres veces. La lámpara se ha roto y mi vela es demasiado vieja para aguantar hasta su regreso. Tengo preparada la libreta, y mi lápiz está más contento que un niño en su primer día de escuela. El olor a café y pan recién hecho ya inundan la habitación. La madera cruje bajo mis pies espantando a la carcoma.
Me ha dicho que me contará todo y si puede me traerá un regalo. Siempre me promete un regalo. Pero cuando regresa, cansada de toda la noche, le pregunto qué me ha traído… Retira la tabla suelta que hay bajo la escupidera y guarda una moneda en el saco de terciopelo negro mientras exclama algo que suena a cuando olvidas un fuego encendido pero ya estás lejos. Patalea las mantas. Se abraza a la almohada y comienza a contarme desde la cama por qué ha tardado tanto si ya él estaba en lo alto. Entonces, mientras la cuchara golpea a jirones mi taza, pierde la vista en un punto situado lejos de mí, y ella; la tímida con todo el mundo -excepto con los extraños- me habla de su minuto de calor y de que no está hecha de queso, ni es tan fría ni tan pálida ni tan sola ni tan Luna. Y es cuando escribo.


"Su minuto de calor." by Pedro Lezcano Jaén.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Tomar(te)

Con el calor que hace y yo aquí apagando un juego. Buscando remedios caseros, rezando a todos los santos, tirándome al diablo, leyendo libros de alquimia –qué bobita –, como si fuese un metal que se pudiera fundir.
Quizás, y no es de extrañar, intentar volver al principio del todo, cuando yo era sin ti; borrar la pizarra y tomar otra tiza, hacerlo deprisa, inventarte despacio, sea la solución. O un té; de fresa, de jengibre, de una mordida en tu lengua, o yo qué sé…si todo esto viene a ser lo que toca.
No hay nada que una buena taza de té no solucione cuando se trata de esquivar la trampa maldita que ansío en tu boca.