miércoles, 26 de diciembre de 2018

¡Qué cosas,eh!


Me veo en la obligación de escribir como si fuera un castigo de aquellos en los que cien veces se creía suficiente para no hablar en clase y ver la luz: Y ahora que te quiero…decirte que… Y ahora que te quiero…decirte que… Y ahora que te quiero…decirte que…
Un Góngora, responde machacando en un almirez a un Quevedo que vomita peste a ajo sin perder la compostura, y sólo quien nos conoce sabrá qué digo.  Porque todo esto fue  como una droga y toca pasar el mono. Francamente no sé a quién de dos se le ocurrió si nunca nos gustó el primer lugar donde quedamos, ni una canción nos identificó jamás y lo más insólito es que tampoco tendremos que pasar huyendo de cualquier fecha del almanaque – ¡a salvo!-… Menos mal que tampoco nos dio por apuñalar un árbol tatuando tú y yo, para luego no volver a pasar a su lado dejándolo mal herido.
Por consiguiente: las palabras final y feliz, no deberían estar contenidas en la misma frase rimando, indudablemente, con la palabra miedo, porque eso es un trío  donde solo eyacula este derrumbando  sueños sobre  realidades que tiemblan, no sabemos si de felicidad (Al fin y al cabo o al cabo del miedo) o de frío, a pesar del fuego, dejándonos rotos. Pero rotos así; reducidos a un saludo. Rotos hasta la espina dorsal. Bien rotos… como de costumbre.



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