Me veo en la obligación de escribir como si fuera un castigo
de aquellos en los que cien veces se creía suficiente para no hablar en clase y
ver la luz: Y ahora que te quiero…decirte que… Y ahora que te quiero…decirte
que… Y ahora que te quiero…decirte que…
Un Góngora, responde machacando en un almirez a un Quevedo
que vomita peste a ajo sin perder la compostura, y sólo quien nos conoce sabrá
qué digo. Porque todo esto fue como una droga y toca pasar el mono. Francamente
no sé a quién de dos se le ocurrió si nunca nos gustó el primer lugar donde
quedamos, ni una canción nos identificó jamás y lo más insólito es que tampoco
tendremos que pasar huyendo de cualquier fecha del almanaque – ¡a salvo!-… Menos
mal que tampoco nos dio por apuñalar un árbol tatuando tú y yo, para luego no
volver a pasar a su lado dejándolo mal herido.
Por consiguiente: las palabras final y feliz, no deberían
estar contenidas en la misma frase rimando, indudablemente, con la palabra
miedo, porque eso es un trío donde solo
eyacula este derrumbando sueños
sobre realidades que tiemblan, no
sabemos si de felicidad (Al fin y al cabo o al cabo del miedo) o de frío, a
pesar del fuego, dejándonos rotos. Pero rotos así; reducidos a un saludo. Rotos
hasta la espina dorsal. Bien rotos… como de costumbre.
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