Abro un libro con la jodida intención de desconectar y que
el corazón deje de latir en la cabeza. Lo he cerrado más veces de las que lo he abierto
porque siempre vuelvo a la primera página. De todo lo que he leído estos días:
la botella de suero del hospital, dos veces las instrucciones de mi monitor, la
letra pequeña del sobre de sopas Maggi… con lo único que me he quedado es con
lo que leí en el whatsapp, facebook, en
instagram… y en todos esos medios de comunicación invasiva, llenos de risas
predeterminadas que decoran errores
emocionales con emoticonos que fingen felicidad. Estoy bien, procesando
diciembre para guardarlo en la nube por si alguna vez lo quiero volver a leer,
cayendo en la cuenta de que las palabras fueron inventadas como una herramienta
de comunicación –no lo digo yo lo dicen los libros- pero como todo invento,
bien intencionado, terminan siendo utilizadas como arma de destrucción masiva.
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