Nada te hace sentir tan mayor como entender que no entiendes
nada. Los días pasan y parecen no dejar huella. No, sí que dejan. Dejan
lecciones que al parecer hay que aprender desde que nos quitaron el
confinamiento el pasado mes de julio. Me río al pensar que en aquellos años
veinte se traficaba con vino, güisqui… y estos veinte con papel higiénico, o
mejor dicho, con mascarillas. La economía se fue al carajo y ahora es tiempo de
reproches, especulaciones, y sacar tajada pisando a quien sea. Tiempo de sentar
en el banquillo a los acusados. Tiempo del politiqueo vomitivo gastando una
pasta gansa en cada procedimiento en cadena. Panamá, Venezuela y el no te
ajunto, son noticia en primera plana. No hay dinero.
Me he ido por la
calle de en medio intentado saber la verdad y perder la habilidad que tengo de
frustrarme. La verdad y la muerte siempre han sido dignas de mi respeto. Claro
que lo difícil, si la encuentro, será contarla y que me crean. Siento como si
estuviera cerca de ella, pero alguien grita:”frío, frío”. Cuándo será que
escuche caliente. Mientras tanto pienso en esos niños que rescatan alguna vez
de sus poblados para que pasen las vacaciones en un paraíso civilizado; ¿qué se
siente al quitarte de golpe el alimento seguro de cada día, el agua de cada
día, el juguete o el cariño vacacional de cada día cuando tienes irremediablemente
que volver? Así se sienten quizá los pájaros a los que la vida les ha
sorprendido con unas vacaciones hasta que los retrovirales hicieron su efecto y
la vacuna apareció ocho meses después del primer luto.
Ya es oficial: A las
siete una vez al año habrán aplausos durante décadas. A las siete de cada tarde,
los pájaros se quedarán mudos ,y tanto ellos como yo desearemos que alguien
grite, Caliente.
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