viernes, 3 de abril de 2020

TENTACIÓN


¡¡¡PARA EL CLUB DE LOS RETOS DE DÁCIL!!!
20 Poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, dos chocolatinas de Tirma, un cuaderno de crucigramas, y una lupa aunque no se aprecia bien. Esa manchita blanca y negra a la derecha es el rabo de Martín que está molesto por ocupar sus espacios preferidos, ese rabo no entra en el Reto...

Después de  charlar con el techo de mi habitación y preguntarle ¿Cuánto?, estuve a nada de ahogarme por culpa de una gotera que recorría mi cara ensimismada. Retiré un pegote de chocolate de mi brazo e hice una pelota con los dos  envoltorios observando la palma de mi mano pensando cuándo las comí.  Con una lupa leí, Tirma, Tirma, Tirma… Si me hicieran un examen sobre el envoltorio lo aprobaría. Con el dedo corazón la lancé lejos.  La cama me echó a patadas ya que no es la primera vez que buscaba hechos y yo le devolvía palabras; 20 Poemas de amor y una canción desesperada. Patético. Me di una palmadita en la mejilla, fui a por otra cerveza y ahí estaba yo, asomado a la ventana que me sostenía como si fuese una pluma. Tuvo gracia.
A la Luna le dio por presumir. Ataviada con un manto negro, que realzaba su figura descarada, me guiñó un ojito cuando las nubes, fans de su tersa blancura, se abalanzaron a pedirle un autógrafo. Yo la seguía mirando con los ojos extraviados preguntándole, ¿Cuánto?, mientras la pared de mi derecha me pedía que regresara y la de la izquierda tiraba de mí para que la gravedad volviera a mis pies y la sangre a mi cabeza. A mi otra cabeza.
“Cuánto” se repetía en mi estómago, en mi pecho, en mis pulmones. Fue la primera pregunta que tuve que hacerle para que se dignara a hablar conmigo y me dedicara una sonrisa un año antes. El abracadabra. La última pregunta para que pudiera cuadrar un lunes el  crucigrama dominical. El seguro de vida que hoy me mataba. Me daban ganas de vomitar solo de pensarlo.
-¿De qué te ríes? –preguntó  mimoseando la Luna mirando fijamente mi boca.
Empiné el codo apoyado en la ventana. El penúltimo sorbo de mi zumo de cebada sabía al mejor de todos.
-¿De qué te ríes? –insistió nerviosa soltando una carcajada, mientras yo acariciaba la boquilla de la botella con mi labio inferior.
Y la besé.

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