domingo, 19 de abril de 2020

importa tanto


Aquí estoy en la pileta restregando calcetines, las sábanas en añil, los pañales al sol y sólo se le ocurre decir que le compre una caja de ambrosías para llevar a sus amigos de Vichy, y mi lavadora para la vuelta del viaje. A quién coño se le ocurre poner nombre de colonia a una ciudad, pedazo de horteras, y encima le digo que arregle el enchufe y me funde los plomos, se carga el estabilizador de la tele y le echa la culpa al transformador. Tener un hombre en casa para esto. <Cásense mis hijas> -decía Pino la comunista con recochineo. ¡Qué se marche, qué me deje tranquila que ya lo decía mi madre con ese tono que solo las madres saben dar! : <Mira Rosa que te hartarás y cuidado con lo que deseas que la divina providencia lo cumple, y desearás tenerle bien lejos> ¡Ay mamá, qué razón tenías! La providencia esa se cachondea de las peticiones de una y cumple lo que le da la divina gana, si lo sé yo, que hasta por una inyección que le puse armó la de dios y tuve que ponerle un kilo de algodón en el culo por una gotita de sangre. Nada, sigue frotando sus calcetines Rosa, que en nada se va y a la vuelta te traerá un suvenir de esos de París de los que él cree que te gustan, para limpiar estanterías hasta aburrirte: un rosario de Notredame, una estampita, un puzle, otra maqueta de la jodida catedral que seguro que es fea, oscura, gris y huele a moho. No, seguro que es preciosa pero nunca me lleva con él porque cómo <es por trabajo>… Aunque en realidad no me importa. O si. Sí que me importa, tanto como quitarle la mierda a estos calcetines que tienen que estar listos para mañana.


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