-Es el primer año que me dejan salir al reparto. -Esto no es una pantomima -me dijeron cuando ya había cargado todo el material por mi exabrupto comentario. No volverá a pasar-.
–Tienes que ser serio, es muy importante que repases la lista y dejes en cada zapato su pedido no sin antes asegurarte que es bien merecida la entrega.
<<Será como repartir tomates>> pensé, pero estos tipos leen hasta el pensamiento y me miraron serios con esa mirada que solo los padres son capaces de desarrollar tras años de experiencia.
Me habían contado el por qué se repartía a escondidas mientras todos duermen y me pareció la noche más linda y mágica de todo el año. Así que comencé a currar con ilusión. Tomé la lista y el mapa. Primera parada y no hay zapatos <<malamente empezamos>> Busqué como loco los zapatos y volví a mirar la lista, y la hora, tenía claro que no podía entretenerme y pasé al siguiente pedido. Repartí durante toda la noche y dejé todo en orden, pero me mortificaba no haber dejado nada en la primera dirección. Con el pedido en el saco me senté a tomar un poco de leche en la última casa y volví a leer detenidamente la carta mirando de reojo el regalo envuelto tal cual se había solicitado, explícitamente envuelto y con un lazo rojo…
“Querido Reyes Magos:
Este año no he dejado zapato. Ya son años que les espero y si bien no siempre me han traído lo que he pedido, sí que he quedado satisfecha. Me temo que me hice mayor, lo siento de veras, no fue a posta.
Este año solo quiero una cosa; un abrazo. Siento que lo que más se necesita son abrazos, lo sé porque yo quiero uno, más que sea uno, envuelto en un lazo rojo para que se vea bien claro, metido en una caja tan grande como intenso sea, empaquetado de tal manera que jamás sufra daño alguno, con un termostato que se regule solo según la estación o la emoción, que alimente cualquier sensación o resquicio de soledad, que quite las penas aunque te haga llorar. Que haga cosquillas, que ayude a dormir y dé ganas de despertar.
Un abrazo.”
Nadie me advirtió que los mayores ya no dejan sus zapatos. Eso lo supe a la mañana siguiente. Sin embargo, tomé la pequeña caja del lazo rojo en mis manos como pude, pesaba lo que no está escrito, y la dejé junto al bastón.