sábado, 18 de junio de 2022

Como cualquiera

 Reconoceré, quiera o no quiera, que casi todas las lágrimas que he derramado han sido sin querer.

Tengo la impresión de que la fotografía aún huele a talco, al asesinato de la inocencia, al añil de mamá, a todos los besos que vinieron después del primer disparo en la boca. A todos los ensayos en bocas ajenas, en sábanas de algodón, o en algún lugar oscuro de una curva en cualquier acera, buscando en otra boca algo parecido al amor.
Él se inauguró como hombre, ¿y yo?, como todas nosotras, soy la tiza marcada en el suelo; como cualquiera.
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Tú, Ada Robayna, Julián Santana Robayna y 39 personas más
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Cosas de la guagua

 Misma guagua, misma hora. Se le da bien fruncir el ceño para no llorar. Hoy me he atrevido a preguntarle si Almudena Grandes es para tanto, Joder, fantástica, como un orgasmo, mujer.

No esperaba eso último y he tenido que sonreír. Sus ojos llorosos pasaban de mí, pero me dijo que trabajaba en el Corte y que ya me había visto porque siempre mira hacia el mercado a su paso, ¿Buscas a alguien? Le pregunté, Sí, pero no importa.
Continúa leyendo y le ofrezco un caramelo. Sin mirarme lo toma, lo desenvuelve y sigue leyendo. Le lanzo un suspiro al cristal de emergencias de la guagua.
-¿Qué has comprado? –Pregunta de repente pendiente de Almudena.
- ¿Pero a ti qué…?- Levanta una ceja- Plátanos de La Palma.
- ¿Ya lo eran; no, mujer?
-No. No todos. Hay otras islas ¿no? –Respondo indecisa- ¿Y esa persona que buscas; es una mujer?
-Sí.
Es tan escueto que ya me voy rindiendo. Son semanas y nada de nada. Creo que a partir de mañana me sentaré en el gallinero.
-¿Dónde has estado estos días, mujer? ¡No te he visto!
-Estaba pachucha. El Omicrón ese de las narices. Pero ya bien.
-Me alegro, mujer.
Pasa otra página y lanza un suspiro frunciendo nuevamente el ceño. Sé lo que eso significa.
De repente se arranca.
-¿Te apetece un café, mujer?
-¿Un?
-Café: un fruto rojizo que se tuesta y…
-Sí, sí, ya. Ya sé. ¿Y qué pasa con la mujer; no se mosqueará?
-¿Mujer? ¡Ah! Al contrario, se pondrá muy contenta si se entera. Siempre me dice antes de salir a vender ciegos que debería buscar una buena mujer. Que ella no me durará toda la vida.
-Interesante –respondo aliviada- ¿Mejor un té? Siempre pasan cosas interesantes cuando te invitan a un té.
-O cuando viajas solo en una guagua y una desconocida saca una caja de caramelos que saben fatal y te ofrece uno cada día. Hola desconocida: me llamo Andrés. Dame eso. Es nuestra parada.
-¡¿Que saben…?! (¡Coño!)
Al bajar se detuvo en seco, con mis bolsas del mercado entre sus dedos, y disparó una mirada a mis ojos.
-¿Qué pasa? –Pregunté.
-Nada.
-¿Nada? -Miré con urgencia mi ropa por si tenía una mancha o algo raro encima.
-Bueno sí; que te besaría.





Un cuento

 Érase otra vez que, para no variar, me sentía triste, y volvió a taparse los ojos a mi paso.

-Bonitos cestos. Bonitos colores –me atreví a decirle. Pero no respondió. Enfadada, guardando la compostura pregunté:
-¿Por qué se tapa la cara siempre que me acerco a su puesto?
-Llevo años haciéndolo.
-Sí. Ya… ¿Haciendo qué?
-Jugar al escondite. Aunque ya estoy cansada de que me encuentre.
-¿Jugar con quién, conmigo?
-Con lo que llevas a tu lado. Creo que hace trampitas.
Miré rápidamente sobresaltada. No vi nada. Ni una sombra.
-No hay nada, anciana.
-¿Estás segura? Abre bien los ojos querida – dijo mientras se quitaba las manos de la cara y sonreía a tres dientes y medio.-Tus ojos me suenan.
-No entiendo, ¿con quién juega?
-Con la Felicidad.

Querido:

 Querido:

Me ha sucedió algo muy extraño. Al final tendrás razón con eso de que estoy loca. Que no es desprecio o desdén cuando me dices que sin ti no soy nada. Sé que me adviertes de que te llame sólo si es necesario, porque te aburro sobremanera, así que no te llamé, como siempre. Pensé marcar el número de urgencias, hice hasta un ensayo para no tartamudear, y no, no tartamudeaba para nada, pero cómo explicarles…
En realidad me dolía cada golpe. Así que me miré en el espejo para ponerme algo de hielo. Créeme, no sé si podré olvidar mi cara de ese momento algún día. Cuál fue mi asombro que también vi unas protuberancias a cada lado de mi espalda, y tuve que aflojarme el sujetador porque de repente me apretaba. Tras zafarlo, de cada uno de aquellos extraños bultos, comenzaron a salir plumitas, con el odio que les tienes tú.
Aquello comenzó a crecer. No te digo cuánto porque será cierto que tiendo a exagerar las cosas, como siempre.
Las plumitas no eran especialmente bonitas ni de un color definido, sé que no tengo valor ni sentido alguno, y mucho menos lo iba a tener algo así, viniendo de mí, ¡acabáramos!, pero me costaba controlarlas. Por eso se ha roto el tv, el cenicero con mi foto, el portátil, el Wifi, el vaso que te regalé el día de los enamorados, el que dice te quiero…Torpe como siempre.
Luego tomé tu mechero, pero no alcanzaba a quemarlas. Lo único que se me ocurrió fue coger, lo que tenía más a mano, la foto de nuestra boda, hacerla un canuto y utilizarla de antorcha, también se ha quemado toda tu colección de sellos, la cama y parte de la estantería de libros sobre culturismo y defensa personal. Bueno: en realidad toda, con lo mucho que te gustaba leer esos temas. Pero nada, no sé ingeniármelas sin ti, como siempre.
Desesperada pensé en salir a la calle para que alguien me viera. Busqué rápidamente un vestido, no iba a salir por el sendero de aquella manera, pero ya las plumas eran enormes y no había forma alguna de que me entrara.
Comprenderás que es imposible vestirse como siempre, cuando se tiene atrás tanto peso como el de un par de alas.
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Ada Robayna, Maite Lacave y 72 personas más
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