domingo, 20 de noviembre de 2022

Y qué de ti

 

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...Llevaba sesenta años esperando a que la vida le diera algo,… ahora le tocaba tragarse la caravana subiendo Siete Palmas. Se había acostumbrado a verla desde la ventana. A reírse de todos los que salían a hacer con prisas la compras de las impuestas fechas navideñas. Se reía de las colas de cualquier restaurante de la playa, de la cola de la lotería… ¡Cómo las odiaba!

Regaban el belén, y las huellas del tractor comenzaban a desdibujarse por la arena. Buscó en el parque un sitio donde tomar una cerveza y comer relajada. Mientras le servían su paella, mínimo para dos, babeaba pensando en que no tendría que cocinar al día siguiente ni al otro pidiendo de antemano que le pusieran las sobras para llevar.

-¡Coño Rosy! -De un salto se puso en pie.

-¡¿Hola?!

- ¡Cuánto tiempo joder!  ¿Qué de ti, y tu gente?

Por más que miraba no sabía a quién saludaba. Dio las gracias al camarero pidiendo otra cerveza, Será un vecino de mi antiguo barrio o alguien de mis tantos curros.

-Soy yo, Carlos. ¿No me recuerdas, tan cambiado estoy?

-Carlos, Carlos. ¡Ah sí! –dijo por quedar bien.

- ¡Cooño Rosy! ¿No recuerdas? De la universidad. El Pana.

 

Joder, el Pana. Lo que me faltaba. Creo que tuvimos un morreo de seis segundos detrás del edificio de los seminaristas – se dijo mientras tomaba un sorbo del botellín.

-¡Carlos! ¿Siéntate? –Por lo que más quieras ni te sientes –pensó.

-No, no, que tengo prisa. Mira, esta es mi mujer y mi nieto.

La mujer la miró largando una sonrisa demasiado intensa para su gusto.

-La famosa Rosy –dijo mordaz la doña.

-Me casé ¿sabes? Tengo un hijo. Ahora está de viaje y ya sabes, los hijos no se van, y además están esperando gemelos. ¿Y tú tienes nietos? Tenemos que ponernos al día –decía mientras acariciaba la cabeza rapada de su nieto.

El jodido chiquillo comenzó a jugar con los bigotes que sobresalían de su paella calentita… Ella no apartaba la boquilla de la botella de sus labios disimulando para no responder al ataque de preguntas del Pana. El Pana, no recordaba ni su nombre.

-¿Y qué, has visto a la gente, Rosy?

-¿La gente? – negó indecisa. No conseguía imaginarse otra cosa que no fuera, Enano deja de manosear mi comida. Coño.

-Bueno yo sigo en contacto con casi todos…

El Pana seguía siendo el mismo baboso de siempre y a ella le sonaban las tripas mientras evitaba una arcada al recordar después de tantos años el morreo donde los curas. El escalofrío en el cogote rozó el pinchazo. Rápidamente su mano detuvo la sensación como quien intenta matar un mosquito en su propio cogote. El hombre era una cotorra:

-Sí, estuvimos todos en el funeral. Te echamos de menos tía. Todos te echamos de menos.

-Abuelo tengo sed.

-Sí, cariño.

-Y quiero pipi.

-Que sí, que ya vamos.

Su mujer seguía enseñándole los dientes y ya mosqueaba. Aquella sonrisa quieta sabía y le echaba en cara el morreo de su juventud con su viejo.

-¿Funeral? –preguntó al fin reaccionando.

-Sí. El de Esteban, Rosy.

-Esteban –suspiró como ida.

-Se tiró del puente Silva. Una pena.

 

..y aquí estoy en esta mierda de caravana haciéndome la pregunta de siempre, que cómo pudo Esteban después de lo nuestro no volver a llamarme. Qué como pude yo, ¡yoo! esperar cada día saltando como una cría cada vez que sonaba el teléfono convencida de que era él.

 

Mi teléfono suena y escucho el audio.

Hola mamá. Pasaré mañana para ir a dar de baja a tu coche y si te parece desayunamos juntos. Ya verás que no lo echarás de menos. Además a partir del uno de enero las guaguas serán gratis. Espero no volver a discutir contigo eso de la edad, ¡¿Eh!

 

Le respondo mirando de reojo al policía que gobierna la rotonda con un estruendo de silbato.

 

Está bien, cariño. Me rindo. Se acabó el conducir. A partir de mañana <<me dejaré llevar>> Por cierto Esteban, ahora me pillas en caravana pero… ¿recuerdas eso que jamás quise responderte? Ya va siendo hora de que sepas al menos su nombre.

 

 

 

sábado, 10 de septiembre de 2022

Noticias

 Apuñalan a una mujer durante la madrugada. Todo apunta a un robo.

Roberto, a pesar de tiempo transcurrido, no ha conseguido borrar las manchas de sangre. No deja de pensar en su madre y en que ayer fue su aniversario.
El periódico de hoy le desquicia.
-¡Qué mierda de titular! Una mujer dice. Una mujer no, una madre. Una madre que salió de la farmacia de guardia, que no llevaba dinero y no mintió al decirlo, mientras forcejeaba con el bolso para sacar la medicina antes de entregarlo a su asesino de sus propias manos. Unas manos blancas, llenas de surcos y de callos cansados. Una mirada dulce que suplicaba dejarla ir donde su hijo porque tenía fiebre. Una que mantendría su palabra de no denunciar lo ocurrido. Y como todas las madres, cumpliría. ¡Una madre coño! De esas que se aflojan el pañuelo del cuello y se ponen el delantal desde que entran a la casa. Esa madre que anoche se aflojó el pañuelo con el que intenté taponar la herida, Dile a mi hijo.
Pero ya se iba. Se iba a casa con la mía, adonde no se me permite entrar por mucho que arrepentido quiera devolver el bolso y sacarle la navaja. Porque, cuando matas a una madre, aunque sea sin querer y acabes entre rejas, quieres volver a casa, pero el diablo no te deja.
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Me han robado un beso

 Me han robado un beso: tenía una copia en mi boca, en mi corazón y en mi alma. Tenía copia en mis últimos treinta poemas, en mis sueños y en mis esperanzas acabadas. Y es que dio un beso al frente y el puzle no encajaba.

Yo bebo, fumo, lloro, mucho, muchísimo y para colmo de males escribo, Y sí, Llámame malcriada.
Pero él continuaba anclado a mi boca como si fuera un oasis o tuviera hambre atrasada.
Pensé en que la muerte lleva tiempo pisándome los talones. Que hoy la primavera se llama verano y el frío invierno reta al otoño y no condiciona a una poeta.
Entonces me apretó con fuerza. Le puse una mano en el pecho en sentido contrario. Así, como ladeando la cabeza. ¿Y si era el paraíso y no el infierno que esperaba? Quizá un espejismo. ¡Total, ya qué estaba!
Será que me siento sola y desconcertada porque han llegado a la conclusión en Internet de que Amar es como un plan malvado que intenta jodernos la vida.
Pero él seguía y yo no me dejaba cuando sus manos hacían la desescalada y yo las devolvía a sus orillas porque no sentía nada de nada. Bueno sí, que me habían robado un beso y me sentía desconsolada, como cuando se me perdió mi madre o él dijo hace treinta poemas que no me amaba.
Incliné la cabeza un poco más a la izquierda y suspiré aquel beso que se me alarga. Y mi mano cerró el puño con las uñas clavadas.
Pienso en eso de ser senil porque no hay otra forma de perdonar y en que estoy condenada a escribir todo lo que me viene a la cabeza.
Entonces recuerdo lo que era Amar; aquella ventana que ni a pedradas rompía una puerta, y siento que quiere taparme la boca un cuerpo ajeno y que para eso estoy contraindicada.
Y es que yo ¡por el amor de Dios! yo creo en el Amor verdadero, en el multiverso, en los Reyes Magos, en los milagros, en el curasana, en el “Ya quedamos si eso”.
Entonces le digo, No puedo, Al menos por ahora.
Y llora como un niño, y la culpa deja pasar al consuelo diciéndome duras palabras, Hay otro, Lo sé, Se te nota en la mirada.
Puede ser una imagen de una persona y texto que dice "Son"

Leve distancia

 Será cuestión de sobrevivir, me dijo. Me preguntó en qué parada tenía que bajarse. Iba de papeleo a Vegueta. Quería que un abogado le explicara el documento que llevaba en las manos. Yo leía en ese momento sobre; Miriam Toñi y Desiré; siempre se me encoje el alma cuando leo el cachondeo que se traen y termino encabroná.

Ella acababa de llegar a España con su familia por algo de un trabajo de su marido. Me dijo que en su país también sucedía, Más de lo que se sabe; sólo que no es noticia. De paso aprovecharía para solicitar el contrato de consentimiento, Porque la vida ya es demasiado perra como para que mi marido termine en la cárcel por culpa de la leve distancia en la que un “No” precede a un “Sí”

La del moño

 Me sorprende la fragilidad que diferenciaba un delito de un pecado. Lo segundo se sentaba junto a mi infancia en el púlpito equivocadamente. Nunca supe el por qué.

Me gustaba ver Embrujada y merendar pan con chocolate. Mi gusto cambió el día que asesinaron al gatito negro para hacer un ritual y sacarme del cuerpo el Mal. Se suponía que iba a ser una gallina pero solo quedaban blancas en el gallinero de la partera. La mujer esquivaba al Mal con su sonrisa quieta y la mirada ausente.
Enmudecí y comencé a mojar la cama.
Soñaba cada noche con su sonrisa, su moño italiano tieso, siempre del mismo color negro, tan tieso como quedó el gato tras desangrarse en un barreño. Como quedé yo cuando me bañaron en su sangre.
La del moño traía al mundo un crío tras otro poniendo previamente un cuchillo bajo la cama de la parturienta. A mí me tocaba mirar porque no había forma de aprender a coser como el resto de las niñas, que ya no mojaban sus camas, y se me daba peor lo de los ovillos. Solo tenía que cortarle un pedazo para el cordón e intentar que no me saliera ni un hilito de voz para pedir auxilio.
Con el andar del tiempo, el remate la puñeta fue decirme, Si sigues mojando la cama no podrás casarte.
Hoy han nacido en mis manos cuatro niñas y dos niños. Han sido seis instantes en los que no me he sentido tan sola.
La del moño marcó como un álbum de sellos cada uno de mis miedos. Nunca me sacó el Mal. Y si no fuera porque aún mojo las sábanas, yo no tendría tantas ganas de llorar.

jueves, 1 de septiembre de 2022

RETO

 

Hoy estoy mística perdida, tiquismiquis y llorona. Me han escrito diciendo que cómo alguien tan violenta puede aparentar tanta calma (cosas del reto anterior). Ni nos conocemos, que yo sepa, y cerró su perfil.

¡Ay!, un clic todo lo que hace.

No sé jugar a los dardos (lo anotaré en mi lista de cosas por hacer antes de morir.

El Reto; chulo Maite. Me vino a huevo.

 Veo los tres plátanos y quiero uno (anoten por ahí, también, antojadiza) y ya que estamos: quiero un algodón de azúcar.  

Los armarios suelen estar llenos de pena, Esto lo guardo y es que se partió pero me da pena, Quizás vuelva a entrar en esa talla, y es que es una pena con lo bonito que es, Cuatro metros, 500 destornilladores, bolígrafos sin terminar, un lápiz en estado comático, dos peces de un juego de niños, la cartilla sanitaria <<¿¡coño estaba aquí?!>>. Ya saben de qué les hablo. Aunque hay otros sitios, llámese corazón o fondo del alma, donde guardamos el pasado por si las moscas, por no repetir errores, porque somos cobardes y no dejamos ir o sólo dios sabe a santo de qué. El Amor es lo único que se debería guardar para siempre.

Y de ir va la cosa más que de armarios. Porque llevo dentro de mí lo que guardan los armarios, y lloro. Una debería alejarse de una misma el mínimo tiempo posible. Pero nos regodeamos en ese sitio donde estuvimos alguna vez, ¡A que yes! Claro que pensar en el ayer también tiene su puntito aunque en la noche te queme su voz. Y duele el olvido.

Y aquí estoy, escribiendo lo que soy capaz de decir. Y dirán, Rosy: te falta el gallo. No, no me falta, es que estoy ahí dentro de la casita que pintó Lacave, en mi retiro espiritual asumiendo que debo dejar a la que fui y aceptar a la que soy, con todas sus consecuencias, y conservar a todo riesgo aquello que jamás nadie podrá quitarme, como a la escritora del pasado que siempre llevo dentro, muy adentro, porque no tengo otro lugar donde guardarla.




viernes, 29 de julio de 2022

Las sábanas

 Me sorprende la fragilidad que diferenciaba un delito de un pecado. Lo segundo se sentaba junto a mi infancia en el púlpito equivocadamente. Nunca supe el por qué.

Me gustaba ver Embrujada y merendar pan con chocolate. Mi gusto cambió el día que asesinaron al gatito negro para hacer un ritual y sacarme del cuerpo el Mal. Se suponía que iba a ser una gallina pero solo quedaban blancas en el gallinero de la partera. La mujer esquivaba al Mal con su sonrisa quieta y la mirada ausente.
Enmudecí y comencé a mojar la cama.
Soñaba cada noche con su sonrisa, su moño italiano tieso, siempre del mismo color negro, tan tieso como quedó el gato tras desangrarse en un barreño. Como quedé yo cuando me bañaron en su sangre.
La del moño traía al mundo un crío tras otro poniendo previamente un cuchillo bajo la cama de la parturienta. A mí me tocaba mirar porque no había forma de aprender a coser como el resto de las niñas, que ya no mojaban sus camas, y se me daba peor lo de los ovillos. Solo tenía que cortarle un pedazo para el cordón e intentar que no me saliera ni un hilito de voz para pedir auxilio.
Con el andar del tiempo, el remate la puñeta fue decirme, Si sigues mojando la cama no podrás casarte.
Hoy han nacido en mis manos cuatro niñas y dos niños. Han sido seis instantes en los que no me he sentido tan sola.
La del moño marcó como un álbum de sellos cada uno de mis miedos. Nunca me sacó el Mal. Y si no fuera porque aún mojo las sábanas, yo no tendría tantas ganas de llorar.