viernes, 7 de junio de 2019

Ahora que caigo


 Terminó la pieza y la felicidad iluminó el salón de baile. Me senté a esperar la siguiente observando cómo bailaban los demás, ilusionada porque ya había salido la luna y quizás era el momento de mirarnos a la cara. Sentía que los cometas celestes se habían alejado del sol para sintonizar la noche. Quería preguntarte qué era aquello que te hacía sonreír al mirar atrás mientras bailábamos. Qué fue lo que te amargó tanto que te cerraba y te hacía bajar, o subir, sin más, del escalón de la felicidad. Entonces la soledad pronunció mi nombre y clavando su vista en mis ojos, me dio un abrazo apasionado, de esos que son recordados, pidiéndome todos los bailes que sonaron hasta el final. Se apagaron las luces. Miré al vacío de todos mis lados y no estabas. Recogí mi amor y lo até a mi espalda. Los recuerdos se quedaron colgados entre un <<no pasa nada>> y la diagonal hacia ninguna parte de mi mirada. Allí te dejé un regalo; mi ausencia. Conste que no fue la astucia, ni la venganza <<ellas no fueron invitadas al baile>> fueron mis estúpidas ganas de echar a llorar.
El camino de vuelta era tan largo que… tomé en las manos mis  zapatos de cristal desandado el camino a casa.
Durante mucho tiempo me di duchas nocturnas de algo parecido al mar que escocían la piel y los <<volverá>> pensando en los cometas…y en ti; son rocas de hielo que giran alrededor del sol y…
 Mi ausencia continúo en aquel paquete bien decorado en espera; un regalo pequeño, quizás, que jamás abriste hasta hoy <<seguro está caducado>> que vuelves tomando el turno de mi compañera de baile desde aquel entonces. Mientras tanto, bailo por bailar y tu mirada se esconde y no sé qué sentir, o sí,  o yo qué sé…  lo sabré el día que te atrevas  a mirarme a la cara –cuando estemos vestidos- o, ahora que caigo, en  el instante en el que al fin te atrevas a pronunciar mi nombre.



No hay comentarios:

Publicar un comentario