Una poeta no muere de tristeza –a mí me lo van a decir–, amanece respirando soles, trasnocha con la luna y ni aún así, se siente satisfecha hasta que muere de amores.
Una poeta se pierde a posta y sin querer –si lo sé yo–, en la colección de heridas
que alumbran unos ojos hasta que se encuentra en las simplezas.
Una poeta no se distrae con la paja del ojo ajeno –te lo aseguro–, siempre encuentra una espina en una parte de su cuerpo que jamás sintió y entonces irremediablemente escribe.
Una poeta no se rinde –qué va–, a menos que sea a las puertas de su musa hincando la rodilla en su ascenso al declive.
Una poeta nunca se despide del todo –ya te digo–, porque la palabra adiós jamás será la última… tambaleante hasta un pronto.
Una poeta no desaparece si no la lees –cómo decirte–, desaparece cuando no escribe todo lo que acontece y ahí muere, ignorada por el ser más frágil que ha conocido.
Una poeta se pierde a posta y sin querer –si lo sé yo–, en la colección de heridas
que alumbran unos ojos hasta que se encuentra en las simplezas.
Una poeta no se distrae con la paja del ojo ajeno –te lo aseguro–, siempre encuentra una espina en una parte de su cuerpo que jamás sintió y entonces irremediablemente escribe.
Una poeta no se rinde –qué va–, a menos que sea a las puertas de su musa hincando la rodilla en su ascenso al declive.
Una poeta nunca se despide del todo –ya te digo–, porque la palabra adiós jamás será la última… tambaleante hasta un pronto.
Una poeta no desaparece si no la lees –cómo decirte–, desaparece cuando no escribe todo lo que acontece y ahí muere, ignorada por el ser más frágil que ha conocido.
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