Tiró de mi mano; olor a lejía, manchas de
azafrán, uñas destrozadas, callos cansados; del roce continuo del palo de la fregona, amenazando con una rama de romero a cambio de
veinte duros. Miró mi mano. Se marchó deseándome suerte sin cobrar por su cara
de asombro. Busqué sombra en Galerías Preciados oliendo el romero fresco. Miré mis manos como lo hago
ahora, y cada vez que la recuerdo, esperando un sentido a la cara de aquella
mujer que me miró con lástima.
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