sábado, 25 de enero de 2020

Nos(otros)

Me ha dado un ataque incontrolable de risa al regresar a aquello que llamé casa….una risa como la del payaso de Solís se repite como un eco.
No recuerdo en qué momento pasamos de la locura de amarnos a quemarropa, de importarnos una mierda arrugar las sábanas, a la tortura de besarnos mientras tú me peinabas con tus dedos las cejas y yo doblaba mis calzoncillos con prudencia para que no se me cortara el rollo. Adorabas mi desorden para poder ordenar y yo comencé a odiar tu orden porque se disfrazó de una cuesta arriba constante que me llevaba abajo, a lo más bajo. Nunca fuimos almas gemelas, pero si polos opuestos y esa fue nuestra apuesta por este matrimonio que llevo años intentando abandonar, pero siempre hay algo que me lo impide. La hipoteca por una parte. El hecho de que solo yo traiga el dinero a esta casa de muñecas en que has convertido nuestro precioso e impoluto hogar. La tienda de muebles, a la que le debemos aún el sofá donde nunca echamos una siesta, y mucho menos un polvo, y la mesita de centro llena de posa-vasos, además del televisor último modelo con un mando a distancia cubierto aún con el plástico para que no se ensucie con mis peludas manos. Creo que si la policía viniera no encontraría jamás una huella dactilar. Siempre me sentí en nuestra casa como un elefante en una tienda de porcelanas. Torpe, desordenado, para definirme decías “sucio” y eso me humillaba.
La que se va a armar cuando regreses o acaso estabas ahí cuando todo se derrumbó.



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