viernes, 10 de agosto de 2018

Nosotras


Lo que pasa es que a las chicas como nosotras nos mata la razón y nos puede el corazón. Nos dejamos invadir por cualquiera dispuesto a besar nuestra piel de colmena y miel. Nos volvemos loquitas cuando nos asalta la idea de un algo nuevo por venir, como una supernova y nos ataca la risa floja. Nos lanzamos sin pensar en una fecha de caducidad. En si perderemos otra vez o por una podremos ganar. También nos ataca la risa floja al perder y después de levantarnos desgreñadas al atardecer, recogemos la chatarra y tras una minuciosa separación, para un buen reciclaje porque aspiramos a un mundo mejor, la tiramos a la basura. Entonces a esa piel que se vuelve tan loca, le ponemos una camisa de fuerza… y al nuevo amor de nuestra herida lo olvidamos con una perreta, unas copas y vamos a refugiarnos al santuario de nuestras locas amigas. Hartas de coleccionar motivos por el que echar de menos con contrato indefinido y excusas del porqué nos dejan rotas, malheridas, con la rabia en pedazos, con el alma partida y al filo de la derrota... arrancamos del diccionario todas las palabras, y efectos secundarios, que signifiquen amor…o idiota.

Para mí sola



Yo haría lo que fuera:
Ahuyentaría al coco.
Le encendería una luz.
La vestiría de princesa.
Le curaría sus pupitas.
Jugaría a las casitas.
Le permitiría dos perretas.
Le sonaría los mocos.
Yo haría lo que fuera:
Aunque me comiera poco.
Jugaría al escondite.
Me haría la encontradiza.
Evitaría sus pucheritos.
Secaría sus lagrimitas.
¡Pero el osito se queda!
<<laquieroparamísola>>
Que no me quite mi puesto
ni a la hora del cuento
ni a la hora de dormir.

jueves, 19 de julio de 2018

PRESENCIA




La primera vez que le vi fue el día que decidí saltar. ¡Llevaba tanto esperando! Me atormentaban las noches a solas. Las pasaba leyendo, esperando un amanecer que nunca llegaba. Escuchaba pasos cada vez que cerraba los ojos y eso me angustiaba más. Recorría la casa camino de la cocina haciendo una pausa para observar detenidamente que los pájaros dormían acurrucados en sus jaulas. Tomaba un vaso de agua y otra pastilla, paseaba el fresco cristal por el cuello y la cara, cerrando los ojos. Respiraba, pero volvían los pasos cada vez más fuertes, más cerca. Al volver a la cama me daba miedo acostarme, porque la última vez se acostó a mi lado y le sentí arroparme mientras yo me quedaba paralizada sintiendo en mi oído su respiración y su cuerpo aplastando el mío contra la almohada. Nuevamente no podía respirar. Abrí un libro al azar y leí: <entonces quemaron sus naves y se adentraron en tierras desconocidas> Fue la primera vez que le escuché. Como he dicho antes, la primera vez que le vi fue el día que decidí saltar, pero él me tendió su mano y al fin pude ver el amanecer. Desde entonces ni los pájaros notan  mi presencia.

domingo, 15 de julio de 2018

UNA ENERGÍA INNEGABLE


Creo que me quedé grabada en su retina y fue por eso que mi cuerpo reaccionó con una especie de temor agradable, atrevido, agresivo e incluso sexual. Él me hacía mirar y retirar la vista como si de algo malo se tratara. Algo incómodo me seducía e impedía sostener la mirada. Me sentía atrapada, envuelta en algo que no quería que me soltara. Ya no le recuerdo. No me dio tiempo a mirarle lo suficiente y mucho menos fui capaz de intentar conocerle, pero se repite a cada rato con algún que otro extraño que se atreve a clavar su mirada mientras, sin aún cerciorarme, mi cuerpo revolotea en su búsqueda luchando contra una energía innegable.




miércoles, 4 de julio de 2018

¡La pido!



Cuando yo era chica, las guerras eran con un tirachinas de circunstancias y una pistola de mixtos, si es que quedaba viva tras ciertas contiendas después de reyes. Las balas: piedras o semillas, de cerezas, albaricoques, etc. de la fruta de la merienda, que por cierto, solo la fruta del verano se vendía en verano; deseabas el melón y la sandía durante todo el año. Si sobraban mixtos los hacíamos explotar con una piedra… si no, “¡paño, paño!” era el sonido de nuestras municiones. La bandera blanca era un trapo y si no teníamos nada gritábamos “¡La pido!” El de la caja de fósforos era el capitán y el primero en elegir soldados. Yo siempre era indio o caco, aunque no recuerdo quien ganaba porque alguien siempre gritaba “Libre para todos los compañeros”, ya se encargaba mi hermano el mayor, con solo una mirada, que así fuera cuando nos dividíamos en dos grupos; los de El Álamo y los de Miraflor, mientras tocaba su guitarra a lo lejos cantando: “Aprendimos a quererte, desde la histórica altura…” 
El cuarto de mi hermano estaba totalmente prohibido. Cuando mamá me enviaba los sábados a por sus sábanas yo me paraba en seco a la entrada de su cuarto por si aún no se había marchado. Desde la puerta se veía el tocadiscos, la enciclopedia, la cadena del retrete a medio arreglar, de la que hizo dos pulseras, una caja con la imagen del Che, una foto de Pelé en la pared y una a medio tapar, tras la puerta, que creo que era de Victoria Abril.
Un verano mamá me explicó que ya no podía volver a jugar como antes por no sé qué cosas de las mujeres. Estuve tres días sin salir a jugar hasta que la cosa de las mujeres desapareció y ya pude bajar, a la calle, con un vaso de plástico con agua y jabón, Detespum, y me puse a hacer pompitas. Durante aquellos días, recluida, en casa había leído el último libro que trajo papá, de sus viajes donde los nipones, “Veinte mil leguas de viaje submarino” y me dio por imaginar que aquellas pompas, burbujas, podían crear una historia donde alguien viviera pensando que el mundo, su mundo, tenía los límites de una pompa de jabón, pero como tal podía moverse adonde quisiera, viajar por el aire, por el fondo marino. Cuantas más pompas hacía más ilusionada imaginaba el mundo. Cada mundo podía saludarse, visitarte en unión de las pompas y volver a su estado inicial. Si alguna rozaba el suelo yo hacía lo imposible soplando como si no hubiera mañana para que no se estrellase contra el suelo. Muchas explotaron antes de nacer, otras volaron al infinito. 
Hoy quisiera que las balas sean frutas. Que el que juegue con fuego se mee en los pantalones.
Que sobren los mixtos. Que se rompan las armas el día de Reyes. Que no calle el cantor y que con una mirada se solucionen las injusticias. Que alguien grite “Libre para todos los compañeros”, y queden libres. Hacer pulseras con todas las cadenas. Y soplar… soplar para que nada se estrelle contra este suelo, y quisiera decir: ¡La pido!
<< Por el amor de Dios… La pido>>.





RETO Nº: 26 
Un cuento animado del fondo del mar, un cuenco de cerezas y una caja con la imagen del Ché,

lunes, 2 de julio de 2018

Cosas de la edad


Dicen que con la edad se te olvidan las cosas, te despistan los recuerdos con más facilidad. Que si tienes que subir bajas, que si sales tienes que 
volver a entrar. Que con eso de la edad, tienes las ideas más claras y ya no te asusta la oscuridad. Dicen que con el andar del tiempo, te cuesta poco decir la verdad y no importa mucho o nada el qué dicen o dirán. Dicen, que dicen, que dijeron, que cuando menos lo esperas aparece sin más. Que nada, que me he tragado una mariposa y no dejo de suspirar.



miércoles, 20 de junio de 2018

Querida mía:


Querida mía:

Disculpa que aún te llame mía, quizá debí escribir que todavía soy tuya o no escribir nada, sólo querida. Será que te has quedado en mí o yo me fui contigo, no lo tengo claro. Espero que al terminar esta misiva sea capaz de despedirme sin desearte lo mejor y mucho menos escribir que siempre te querré. Sabes que me gusta hacer lo correcto y puede que eso lo sea, como correcto es decirte que te odio y que ya no te amo. 

Aquí estoy tomando un whisky que ni sé cómo ha llegado al mueble bar del sótano, el que compramos juntas en aquel rastrillo de muebles de Arucas. Por cierto, dentro del mueble estaba tu lima de swarovski, al lado de la botella de Valbuena, esa que guardamos para cuando surgiera un día especial y mira por donde no llegó nunca, con todos los que tuvimos. Aún te veo desnuda deslizando la botella por tus muslos, tentándome a abrirla mientras yo me preguntaba porque aceptaste la lima que te regaló aquella, a la que llamabas estúpida, del gimnasio, que telefoneaba a todas horas y de la que tú decías que sólo era una amistad. Maldita memoria. He puesto la lima junto al cepillo del pelo que dejaste en la cómoda y no me he atrevido a limpiarlo, no quiero tocar tu pelo, ni recordar tu cabello ni siquiera ese mechón que siempre se asomaba curioso por el lado derecho de tu frente. Maldita memoria, el whisky no funciona para olvidar ni me sacia. Sabes que siempre he sido poco dada al arrepentimiento y te lo demostré el día de la subasta del Hopper, cuando me negué a pagar la extravagante cantidad, a pesar de contar con el dinero y mi deseo de tener al fin aquel cuadro, a cambio de irnos a hacerlo en los baños. Fue cuando vi, por primera vez, los arañazos en tus muslos, y me mordí el labio hasta sangrar. Ahora entendiendo el por qué por último querías hacerlo a oscuras. Maldita memoria y mierda de whisky, el exceso te ahoga. Recuerdo la ansiedad que me causaba cuando llegabas tarde del trabajo y aquel color orgasmo de tus mejillas, con la excusa de que venías corriendo desde el coche para llegar antes a mis brazos. No querida, no era tonta, sólo supe aparentarlo, con la idiota idea de que fuera algo pasajero y terminaran pronto tus aventuras con todas ellas, sobre todo con, con…Maldita memoria, desaparece cuando más la necesitas, como el whisky vomitivo que bebo, como el amor traicionado, como el desprecio que te tengo, como tú. Hazte una idea.