Hoy paseaba por la
playa y me detuve un momento para atarme el cordón de uno de mis zapatos. De
cuclillas, intentando mantener el equilibrio, tiraba de los cordones sin perder
de vista mi bolso. Mientras lo hacía vi a una mujer mirando el horizonte, bueno
en realidad no miraba, tenía los ojos cerrados. Creo que su instinto le
dijo que alguien la observaba, porque nada más abrirlos miró directamente
donde yo estaba, como si supiera que aquella energía, un tanto novelera,
saliera exactamente de mí. Me ruboricé y bajé la cabeza tirando nuevamente del
cordón de mi zapato que se resistía a ser atado. Aquella mujer pasó a mi lado y
se detuvo, al hacerlo me percaté de que estaba descalza, los pies estaban
sucios, aunque no tenían aspecto de estar acostumbrados a andar por el
asfalto. Volví a levantar la cabeza, cruzamos unas miradas, miradas
que en realidad no dijeron nada, ni se sorprendieron de encontrarse. Entonces
vi que lloraba y sentí angustia, una de sus lágrimas fue a parar entre
mis dedos y el cordón del zapato, el cual, yo ya había desenhebrado
porque me lié de tal manera que aquello no coincidía ni en centímetros de
cordón ni en número de agujeros.
Ella se agachó, me quitó de las manos el
cordón y sin descalzarme el zapato, empezó a enhebrarlo con paciencia, yo diría
incluso perfección. Cuando terminó se puso en pié sin mediar palabra, dio media
vuelta y se marchó.
Mientras se alejaba no le quité ojo para
ver hacia donde se dirigía, no le había dado siquiera las gracias, además me
conmovió verla llorar. Empecé a meter dentro de mi bolso, las llaves, el
monedero y me quedé mirando nuevamente mis manos mientras guardaba el contenido
de mi bolso pensando en qué momento se me ocurrió a mi en plena calle vaciar
mi bolso.
Yo seguía mirándola; se alejaba a
paso lento, se paró, dio media vuelta, me miró e hizo un gesto con la cabeza,
ese que todos reconocemos y que dice;
" Sígueme".
En ningún momento logré alcanzarla, me
sentía desesperada; por el camino no había tanta gente, pero la poca que había
se empeñaba en ir despacio ante mis pies, entorpeciendo mi marcha para poder alcanzar el paso de aquella extraña.
De repente se paró ante una puerta
enorme en una casona aparentemente antigua, digo aparentemente porque se notaba
que era una fachada restaurada, con imitaciones de piedra antigua, no estaba
nada mal. Ella dejó la puerta entornada, la empujé despacio y dije <<¡Hola! ¿Se puede?>> con un pie dentro y otro fuera de la casa. En vista de que nadie
respondía entré y nada más hacerlo se encendió la luz del zaguán y descubrí un
pasillo largo y unas escaleras y un espejo en el que me miré y mi reflejo respondió <<Adelante>>.
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