viernes, 26 de abril de 2019

Corvo

Hay historias que jamás debí escuchar, otras que con cariño y añoranza recuerdo a cada rato.
Josefa necesitaba compañía y yo trabajar. El Parkinson era su pan de cada noche y día. Era guapa, alta, de melena negra y piel blanca y unos ojos azules que me tenían como poseída cada vez que me hablaba. Tenía noventa y siete años. Era raro el día que no me contara una historia y nombrara a sus dos hijos. Paseábamos desde la C/ Italia hasta el Estadio Insular. Ahí se paraba un instante a mirar los túneles de Julio Luengo, la velocidad de los coches, y era cuando su cuerpo se doblaba sin remedio quedando su cara a la altura de mi cintura y su brazo colgaba del mío. Entonces buscábamos un banco y el sol.
-Lolita jamás fue enterrada en el cementerio de Moya, simularon su traslado. Chano jamás soportó que no le llamara papá. Sí que se ocultó su matrimonio, tras una hija ilegítima que le llamaba Chano. Recuperarla durante pocos años y que muriera a los catorce años lo mató en vida-.
Así comenzó a contarme la historia de la montaña Doramas y el jardín desde sus primeros dueños hasta que vino a vivir a Las Palmas, ya que la familia de Josefa trabajaba los terrenos, sobre todo los naranjos, hasta que Josefa se casó y se trasladó a Fontanales.
Josefa visitaba a sus padres cada domingo. Tras escuchar la misa que se celebraba en la propiedad de los Corvo, saludaba a Sebastián Corvo de Quintana, con el cariño y respeto que se saludaba antaño a la mano que te daba de comer.

 En nuestra charla pasó de ser Chano, a ser <aquel pobre hombre>. Cuando Josefa se quedó embarazada volvió a casa de sus padres a pasar el último mes. El parto, en su tiempo contado en lunas, ya estaba en puertas tras romper la bolsa, pero la niña estaba muy débil. Tres días estuvo pegada a Josefa la criatura. Pensaron que dándole calor con su cuerpo se vaticinaría un mejor destino. Chano preguntaba todos los días por ellas. Al tercer día Josefa notó que algo frío rozaba su vientre y quiso morir. Su marido tomó a la niña en brazos y se la llevó. Josefa, con lágrimas en los ojos a pesar de los años, me dijo que Sebastián Corvo de Quintana, Chano, le pidió permiso para que la enterraran cerca de los rosales donde dormía Lolita con una leve luz encendida.
-Lolita, jamás fue enterrada en el cementerio de Moya, simularon su traslado. Chano jamás soportó que no le llamara papá. Sí que se ocultó su matrimonio, tras una hija ilegítima que le llamaba Chano, el recuperarla durante pocos años y que muriera a los catorce años lo mató en vida-.
Así comenzó a contarme la historia de la montaña Doramas y el jardín desde sus primeros dueños hasta que vino a vivir a Las Palmas, ya que la familia de Josefa trabajaba los terrenos, sobre todo los naranjos, hasta que Josefa se casó y se trasladó a Fontanales.
Josefa visitaba a sus padres cada domingo. Tras escuchar la misa que se celebraba en la propiedad de los Corvo saludaba a Sebastián Corvo de Quintana, con el cariño y respeto que se saludaba antaño a la mano que te daba de comer. En nuestra charla pasó de ser Chano, a ser <aquel pobre hombre>. Cuando Josefa se quedó embarazada volvió a casa de sus padres a pasar el último mes. El parto, en su tiempo contado en lunas, ya estaba en puertas tras romper la bolsa, pero la niña estaba muy débil. Tres días estuvo pegada a Josefa la criatura. Pensaron que dándole calor con su cuerpo se vaticinaría un mejor destino. Chano preguntaba todos los días por ellas. Al tercer día Josefa notó que algo frío rozaba su vientre y quiso morir. Su marido tomó a la niña en brazos y se la llevó. Josefa, con lágrimas en los ojos a pesar de los años, me dijo que Sebastián Corvo de Quintana, Chano, le pidió permiso para que la enterraran cerca de los rosales donde dormía Lolita con una leve luz encendida.

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