Abrí todos los cerrojos y nos fuimos conociendo poco a poco.
Me fuiste dando la forma más cómoda y así me hice a la tuya dando luz a tus
mañanas y abrigo a tus noches. Pero pronto comprendí que mis espacios, a veces
tan pequeños, se te hacían grandes y también comprendí lo mal que lo pasabas
cuando decías que yo te caía encima. Escuché tu llanto y acomodé tus malos
humores conociendo así la oscuridad más cerrada. Cerraste todas mis ventanas y
más de alguna vez soporté tu puño en mi pared cuando a cal y canto mi única
puerta quedó destrozada. Mira que soporté la presión de que me dijeras que
cualquier nunca te largarías para no volver, y yo me hacía la fuerte para luego
acompañarte en la soledad tibia de mi
estancia. Muchas noches me dejaste sola asegurándote de que ni una sola
estrella quisiera contarme por qué hacía tanto frío, o que la luna se filtrara
por una esquina… para regresar borracho de cansancio, borracho de amores,
borracho de esas botellas que dejabas vacías como un trofeo en cualquier
esquina recordándome quién era el dueño de la casa. Pero mi dirección siempre
fue la misma: amar, dulce amar.
Han pasado años desde que te fuiste. Muchos me miran con
miedo, con lástima, con intriga, con alegría…Se detienen, miran y se van… pero
mi puerta está siempre abierta porque con el tiempo me da igual quien quiera quedarse o marchar.
Quien quiera sacar de mí lo que sea porque cree que poseo potencial, quien se
atreva a pintar mis paredes o a sostener mis vigas y rayar sobre el rayado de
mi empañado cristal.
Temo cerrar mis ventanas y escucharte decir otra vez que soy
tonta, fea, estúpida, insuficiente, mediocre, puta…y es entonces cuando tiemblo desde los cimientos. Aunque
más temo que si alguna vez regresas aspires profundamente lo único que me mantiene
en pie; mi esencia, y digas, Hogar, dulce hogar. Y jamás pueda recuperar mis
llaves.
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