A dónde se fue mi inocencia y todos sus abalorios.
A dónde fue a parar la niña de fuego, apagada por la lluvia, echa un charco que pisotean los niños en sus juegos, seca por soles de rayos engañosos.
De lo aprendido aprendí, que nunca explota el chicle en la cara si no soplas.
Que puedes soltar el globo cuando quieras.
Que por chuparte los dedos no dura más el algodón de azúcar.
Que la tapa del yogur te puede cortar la lengua.
Que quien dice la última palabra es el primero que calla.
Que nunca estoy sola porque hay una desconocida aquí que
llora buscando mi consuelo, a la que le susurro con voz de hada –sigue adelante- y de la perreta se queda dormida en su territorio.