Nuevo Reto: El texto de esta semana
debe contener las palabras Esperpento, Plenilunio, Sombras, Mantequilla...
En un país muy, muy, cercano, vivía muy feliz un pequeño miedo muy
juguetón que estaba deseando crecer y saber a cuál de los dos ejércitos iba a
pertenecer en el reino del Miedo al Miedo. Debía esperar al plenilunio para pasar una
prueba, pero era muy ansioso, y un día, jugando al pilla-pilla, quiso hacerse notar asustando
a un niño. Pero el niño le giñó un ojito diciendo, Los monstruos son divertidos.
El miedo, con cara de espanto, salió corriendo y
asustado en un rincón comenzó a llorar.
El rey del Miedo al Miedo se enteró de lo sucedido y
convocó la noche del plenilunio a sus dos ejércitos. Éstos, llegaron de todos
los reinos, imperios, aldeas y rincones del mundo. Todos hablaban el mismo idioma.
A su izquierda se formó un pelotón pequeño y potente
de soldados armados hasta las cejas con sus poderosas armas. Ataviados con unas
espesas capas negras esperaron en silencio. Eran altos, fuertes, fríos. Tenían una
mirada veraz… profunda, y si los observabas detenidamente se escuchaba su
chirrear de dientes sin mover sus bocas. Su presencia te paralizaba. Olían a
miedo.
A su derecha, se formó el otro ejército; millones y
millones de soldados se iban formando perdiendo su número en la fila hasta rozar
el horizonte de la obscuridad. Eran de todos los tamaños, algunos fuertes, otros
no tanto. Tibios y sonrientes. Algunos casi indescriptibles; una especie de
ridículo esperpento. Tenían las caras pintadas de blanco, y en lugar de armas llevaban
lápices de colores. Olían a mantequilla.
Un golpe seco contra en suelo ordenó el silencio. De
las sombras del ejército pequeño surgió La Guadaña que llevaba al pequeño miedo
por una oreja.
-Mi lord –dijo La Muerte soltando al pequeño de rodillas ante el rey, y
tras una leve caricia por la mejilla del pequeño dio un paso atrás.
- Te atreves… siendo… tan… pequeño… a desafiarme –tronó la voz del rey-. Tú solo te has
condenado.
El rey del Miedo al Miedo sacó de su bolsillo unos
lápices de colores obligando al pequeño
miedo a tomarlos entre sus manos temblorosas.
El imponente
ejército, golpeó el suelo con un solo
paso de formación en dos filas; un
pasillo exacto por el que el rey se alejó en procesión. Tras él, iba la fría
Muerte.
Entonces, aquel
miedito secó sus lágrimas. Tomó un lápiz blanco y pintó toda su cara. Con el
rojo la nariz, y con el azul una sonrisa de oreja a oreja. El gran ejército de payasos rompió la fila, y despeinándolo,
abrazándolo y haciéndole cosquillas, le dio la bienvenida.