Reconozco que me tiembla el pulso igual que tiemblan mis piernas cuando te acercas al roce
del demasiado y de repente me besas. Entonces comienzo a escribir y a
escribirte, como si mis dedos pudieran empaparse en tus ojos marrones y sacar
la tinta precisa para hacerlo. Tengo que
reconocer que entre las comas y tu pelo hay metáforas en pleno reconocimiento.
Que pierdo las letras a cada rato y las busco en la cocina, en tu balcón, o en
cualquier esquina donde hicimos el amor. Y de repente es tu voz la que me guía
hasta tu cama y ahí, donde hace nada
encontré el norte y perdí los puntos suspensivos, las encuentro desnudas,
eróticas, desvergonzadas y de repente, llamas a mi punto g poema, y -¡joder!- tengo
que reconocer que no sé escribir.
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