Déjame terminar el poema que comencé en tu pecho. Ya, tú no lo sabes, pero quedarse a medias de una conversación con tu piel, es como dejar que el último ría primero cuando ya no tiene gracia. Como cuando me diste aquella pastillita de fresa de tu boca a mi boca dejándome con las ganas. Como regalar a un niño un payaso de cristal perdiendo la risa en una estantería porque no puede venir a jugar, o como tener la llave de los tesoros de Da Vinci y resulta ser una goma de borrar. Como pelar mandarinas a deseo y luego están verdes y amargas, o como cuando siendo mentiras las palabras los dos dijimos estoy bien renunciando a la verdad.
No permitas que se borre aquello que escribí -¿recuerdas?-; fue cuando besaste mi frente y luego estallaste a reír porque te hacía cosquillas. No quieras llevar una esquela en tu pecho de mi puño y letra, no, no así: “Nos vemos donde te conocí, en el mismo sitio, a la misma hor…
Claro que si no sabes de qué te hablo, no valdrá la pena volver.
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